El pueblo tolupán es una de las etnias indígenas que aún subsisten en Honduras. Ubicados en el sur del departamento de Yoro y el norte de Francisco Morazán, su historia se remonta a más de 5,000 años, con investigaciones que los vinculan a la familia de pueblos nativo americanos Hokan-Sioux, en la actual Norteamérica (Chapman, citado en Tojeira, 2004).

Resistentes al proceso colonial, los tolupanes defendieron su territorio de manera feroz. Se dice que «ni siquiera la pólvora podía proteger» a aquellos que intentaban invadir sus dominios. A excepción del breve periodo en que el misionero Manuel de Jesús Subirana1 abogó por ellos, el pueblo tolupán ha sido históricamente marginado por el gobierno hondureño desde la formación de la república en el siglo XIX.

A lo largo del tiempo, debido a la exclusión social y económica, la cultura del pueblo tolupán ha sufrido un proceso de sincretismo, perdiendo algunas de sus tradiciones originales. No obstante, gracias al desinteresado trabajo de historiadores como el catedrático y sacerdote jesuita José María Tojeira, la etnógrafa Anne Chapman y el escritor Edilberto Borjas Guzmán, se han recuperado importantes aspectos de su cultura.

Uno de los elementos más destacados es su estrecha relación con la tierra. Los tolupanes afirman con orgullo que nunca se pierden en la montaña, por más inaccesible que sea. Otras de sus costumbres más representativas son enterrar el ombligo de los recién nacidos cerca de la casa, o quemar la cama del difunto y abandonar la casa cuando un miembro de la familia fallece cerca de su hogar.

Según la tradición, algunos tolupanes subieron al árbol para cortar las ramas y las raíces que se extendían hasta el cielo, pero nunca regresaron.

Borjas GUZMÁN (2014)

En cuanto a su mitología, destaca una antigua historia acerca de un gigantesco árbol de guamo (posiblemente de la especie Inga edulis), cuyas ramas habían crecido tanto que bloqueaban la luz del sol. Según la tradición, algunos tolupanes subieron al árbol para cortar las ramas y las raíces que se extendían hasta el cielo, pero nunca regresaron. «Algunos dicen que, de tanto subir, se hicieron viejos y ya no pudieron bajar» (Borjas Guzmán, 2014).

Así, se cuenta que este árbol inmenso privaba a los habitantes de la luz solar, sumiéndolos en la tristeza y haciendo que los niños jugaran solamente bajo la luz de las luciérnagas. Ante esta desesperación, los ancianos de la tribu decidieron enviar a un chikwai, «el joven más tierno de la tierra», para cortar las raíces que el árbol tenía adheridas al cielo.

Con la ayuda de una ardilla y un carpintero, el chikwai cortó las ramas, permitiendo que los rayos del sol, llamado Gokoy, llegaran de nuevo a la tierra. Desde entonces, se estableció un rito de iniciación para los jóvenes varones del pueblo, quienes deben superar una serie de pruebas para obtener derechos dentro de su comunidad.


  1. El pueblo tolupán guarda un profundo aprecio por el misionero Subirana, tanto que se cuenta que mandaron construir una imagen de madera en su honor, la cual fue objeto de culto durante un tiempo (Tojeira, 2004). A su muerte, Subirana pidió ser enterrado en las cercanías del territorio tolupán, en lo que hoy es la ciudad de Yoro, capital del departamento homónimo. ↩︎

Bibliografía

Borjas Guzmán, E. (2014). El Tolupán de la Flor. Litografía López.

Tojeira, J. M. (2004). Los Hicaques de Yoro. En Sosa, R. Documentos para la historia de Honduras (pp. 150-193). Edigrafic.

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