Por: Yonny Rodríguez

Introducción

En la era digital, donde la inmediatez a menudo eclipsa la profundidad, la precisión lingüística puede parecer una cuestión meramente técnica o de normas. Sin embargo, en el corazón de Honduras, un pequeño detalle ortográfico en el uso del símbolo de nuestra moneda nacional, el Lempira, desvela una trama mucho más profunda. A primera vista, la disyuntiva entre escribir «L5.00» o «L 5.00» parece una nimiedad gramatical. No obstante, al adentrarnos en su significado, este debate se transforma en una resonancia de nuestra historia, un eco de la lucha por la autonomía cultural y una reafirmación de la identidad nacional frente a posibles imposiciones externas.

Este artículo explora las dos principales posturas sobre el uso del símbolo «L»: la oficial y enfática directriz del Banco Central de Honduras (BCH), y la más reciente precisión de la Real Academia Española (RAE). Más allá de la norma, ahondaremos en las profundas raíces históricas y culturales que dotan al Lempira de un peso simbólico único, situando el debate en el contexto de la Reforma Liberal de 1926 y la constante búsqueda de soberanía hondureña, matizada por las propias fluctuaciones internas de su uso a lo largo de las décadas.

El Lempira: Un símbolo de autonomía y origen fundacional

El Banco Central de Honduras ha sido claro y consistente en su instrucción actual: el símbolo del Lempira es la «L» (mayúscula y sin punto). La institución financiera enfatiza que no deben usarse abreviaturas como «L.» o «Lps.». La razón es simple y categórica: las monedas poseen símbolos, no abreviaturas, y los símbolos, por su naturaleza, no requieren un punto final, tal como ocurre con el dólar ($), el euro (€) o la libra esterlina (£). Por ello, la forma correcta de expresar una cantidad, según la directriz actual, es L5.00 o 5.00L, sin espacio de separación entre la «L» y la cifra.

La elección del nombre «Lempira» para nuestra moneda en 1926 no fue un mero capricho histórico; fue un acto profundamente simbólico, anclado en el espíritu de la Reforma Liberal que aún permeaba Honduras en esa época. Este periodo (generalmente de finales del siglo XIX y con fuerte influencia en las décadas de 1920 y 1930) buscaba precisamente desvincularnos de las rémoras coloniales, modernizar el Estado y forjar una identidad nacional robusta y autónoma.

Lempira, el valiente cacique lenca que ofreció férrea resistencia a los conquistadores españoles, no es solo una figura histórica; es el epítome de la soberanía, la lucha por la autonomía y la primera chispa de la resistencia indígena contra la dominación. El propio nombre de nuestra moneda es una declaración de principios.

El debate en el Congreso de 1926

Para comprender la magnitud de esta elección, es fundamental recordar el debate suscitado en el Congreso Nacional en abril de 1926 para nombrar la nueva unidad monetaria. Como documenta Darío A. Euraque en su artículo «La creación de la moneda nacional y el enclave bananero en la costa caribeña de Honduras: ¿en busca de una identidad étnico-racial?», la contienda principal se dio entre Lempira y Francisco Morazán. Morazán, el héroe republicano inmensamente venerado, era y sigue siendo el «símbolo de la independencia y de la libertad», un «genio de la guerra» cuya presencia es omnipresente en el imaginario hondureño. Sin embargo, en una votación decisiva, Lempira prevaleció con 21 votos contra 15 de Morazán.

Esta elección no fue menor; fue una reafirmación de las raíces precolombinas y la lucha contra la dominación externa, incluso por encima de un prócer tan central para la historia moderna. El argumento principal a favor de Lempira fue su papel como «guerrero contra el extranjero invasor de nuestra tierra», defendiendo así la autonomía nacional.

Este contexto es crucial: la elección de Lempira se dio poco después de la cruenta guerra civil de 1924, que incluyó la intervención militar directa de marinos norteamericanos en Tegucigalpa. Esta intervención fue ampliamente rechazada por la intelectualidad hondureña, que percibía el peligro de una mayor presencia militar extranjera. La elección de Lempira fue, entonces, un acto de afirmación de la soberanía nacional frente a las presiones externas.

El Lempira, por tanto, no es solo una unidad de valor; es un mito fundacional, un testamento de la voluntad de un pueblo y un grito de independencia. Su «nacionalización» oficial se consolidó con su inclusión en el Himno Nacional, oficializado en 1915, donde se le presenta como un héroe trágico, y con el decreto de 1935 que designa el 20 de julio como el «día de la consagración nacional» en su honor.

La RAE y la discrepancia lingüística

En contraste con esta arraigada tradición y directriz local, la Real Academia Española (RAE), máxima autoridad de la lengua española, ha precisado recientemente su propia norma a través de sus consultas en redes sociales (#RAEconsultas). La RAE distingue entre:

  • Símbolos monetarios no alfabetizables: Aquellos que se escriben sin espacio de separación cuando aparecen antepuestos a la cifra (ej., «$2000», «€500»).
  • Símbolos monetarios alfabetizables: Aquellos que se escriben con espacio de separación (ej., «Q 25.00», «USD 45», «Bs 35», «L 5.00»).

Es en esta última categoría donde la RAE sitúa el símbolo del Lempira. Esta distinción crea una clara discrepancia con la norma establecida y promovida por el Banco Central de Honduras, que insiste en la ausencia de espacio entre la «L» y la cifra.

Para ilustrar esta precisión, citamos directamente los mensajes difundidos por la RAE en su cuenta oficial de X:


identidad nacional 1
identidad nacional 2

Evolución del uso en el BCH: Un cambio interno de la norma

La postura actual del Banco Central de Honduras, que aboga por la «L» sin punto y pegada a la cifra (L5.00), ha sido consistentemente promovida en las últimas décadas. Sin embargo, una revisión histórica exhaustiva de las propias Memorias anuales del Banco Central de Honduras, desde 1950 hasta 2024, revela una evolución fascinante y matizada en la aplicación de esta nomenclatura.

Mi investigación muestra que, aunque la «L» sin punto ha sido la forma predominante, la presencia o ausencia de un espacio ha fluctuado:

  • Periodo inicial de variedad (1950-1951): Se observa una coexistencia de «L.» (pegado) y «L, Lps» (pegado/separado), indicando una falta de estandarización.
  • Consolidación del «L Separado» (1952-1998): Durante este extenso periodo, bajo diversos gobiernos (desde Gálvez y Lozano, pasando por Villeda, la Junta Militar, Cruz, hasta Azcona, Callejas y Reina), la forma dominante en las Memorias del BCH era la «L» Separada de la cifra (L 5.00), con apenas un par de excepciones fugaces (un «Lps.» en 1964 y un «L.» en 1984).
  • El Gran Cambio al «L Pegado» (1999 en adelante): El punto de inflexión significativo se produce a partir del gobierno de Carlos Flores Facussé (1999). Desde ese año y de manera ininterrumpida hasta la actualidad (gobiernos de Maduro, Zelaya, Lobo, Hernández y Castro), la norma observada en las Memorias del BCH es consistentemente la «L» Pegada a la cifra (L5.00).

Esta consolidación de la forma «pegada» a finales de los años 90 no es aleatoria; refleja un esfuerzo institucional consciente por unificar la nomenclatura, alineándose con una visión de la «L» como un símbolo indivisible de nuestra moneda nacional, similar a cómo se usan otros símbolos monetarios internacionales no alfabetizables. Esto demuestra que la norma que el Banco Central de Honduras promueve activamente hoy es el resultado de su propia evolución y decisión interna, consolidada a lo largo de las décadas recientes.

¿Neocolonialismo lingüístico? La reafirmación de la soberanía

Si bien la RAE es una autoridad lingüística indispensable, su directriz para los «símbolos alfabetizables», que incluye la «L» del Lempira, introduce una disonancia con la práctica y la intención de la institución que custodia nuestra moneda nacional. Para algunos, esta categorización y la subsecuente «imposición» de un espacio («L 5.00») podría interpretarse como una sutil forma de neocolonialismo lingüístico. Aquí, una norma externa, aunque bien intencionada, intenta homogeneizar el uso de un símbolo que, en Honduras, posee una carga semántica y cultural única e irrenunciable.

La insistencia actual del Banco Central de Honduras en unificar «L» y la cifra sin espacio (L5.00) se revela, por tanto, como la continuación de esa misma búsqueda de autonomía que marcó la creación de la moneda en 1926. Es la defensa de una singularidad que se forjó en un momento clave de nuestra historia —la Reforma Liberal— cuando se aspiraba a romper con el pasado colonial y construir una nación moderna. La propuesta de la RAE, al sugerir «L 5.00», propone una forma que, irónicamente, fue la práctica dominante del propio BCH durante gran parte de su historia (1952-1998).

Sin embargo, el hecho de que el Banco Central, por su propia soberanía y evolución interna, decidiera modificar esa práctica hacia una representación más «pegada» a partir de 1999, refuerza que la RAE no está «imponiendo» una forma totalmente ajena, sino una de la que el propio BCH ya se ha «emancipado» por su propia decisión interna. Es un acto de soberanía en la gramática de nuestra moneda.

Conclusión: La primacía de lo local y la identidad nacional

El debate sobre cómo escribir el símbolo del Lempira trasciende las discusiones puramente lingüísticas. Se convierte en un espejo de nuestra identidad, un recordatorio de que la lengua es un campo de batalla donde la cultura y la soberanía se afirman.

Aunque la RAE es la máxima autoridad de la lengua española y sus normas son cruciales para la unidad del idioma, para el Lempira hondureño, la directriz del Banco Central de Honduras es la que debe prevalecer. Es la institución nacional la que define el uso de su propia moneda, y esa definición está imbuida de historia, de la sangre de Lempira, de la visión de la Reforma Liberal y de la afirmación de una identidad propia, consolidada a lo largo de décadas de práctica institucional.

Al defender la norma de «L5.00», Honduras no solo sigue una directriz de su Banco Central surgida de una evolución interna, sino que honra la memoria de Lempira, reafirma su propia historia y declara su independencia simbólica frente a imposiciones que, por sutiles que sean, buscan homogeneizar lo que es intrínsecamente único y hondureño. Es un pequeño, pero significativo, acto de soberanía en la gramática de nuestra moneda, un recordatorio constante de que la lucha por la autonomía nunca cesa.


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