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0000-0001-5290-1220
Dada la dimensión que conlleva escribir sobre el presbítero José Trinidad Reyes, uno de los fundadores de la UNAH, en esta ocasión sólo abordaré en particular el tema relacionado con su retrato fotográfico post mortem, una tradición religiosa y cultural en muchos países.
A finales del siglo XVIII la tradición de la máscara mortuoria y el retrato post mortem conocieron su apogeo y formarán parte del ritual cultural que es el luto.
Con la llegada de la fotografía, el retrato se democratiza y toma como referentes las temáticas fúnebres, su máxima expresión se dará con la aparición de la fotografía post mortem y, aunque ésta estableció rápidamente sus propias convenciones, su iconografía mortuoria es la adopción de estas tradiciones que le preceden directamente e incluso le acompañarán a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX.
Se puede hablar de la fotografía post mortem como género fotográfico que surge rápidamente tras la aparición de la fotografía (1839) como respuesta a unas necesidades que se extienden desde el terreno de lo privado y asociadas al entorno familiar, pasando por otras de alcance social y cultural.
Son, obviamente, fotografías de difuntos, pero su verdadera importancia radica en que responde a una función social que salta a la vista: el recuerdo. [1]
La fotografía post mortem del padre Reyes
En vista de la importancia de la aparición de la fotografía en Honduras, asociada al retrato post mortem del padre de Trino Reyes, no tengo reparos en contar la historia de Luisa Valdés, la persona que tomó la fotografía antes mencionada en 1855. Esto con el fin de brindar un breve contexto.
El viajero vienés del siglo XIX Karl Scherzer escribió que alrededor de 1850 llegó a Tegucigalpa un alemán cuyo dominio del daguerrotipo le generó mucho dinero. Por ende, se podría decir que la fotografía entró con él a Honduras.
Su amabilidad y su conocimiento de las bellas artes le permitieron al extranjero acercarse a las familias más distinguidas de la ciudad. Al tiempo conoció a Luisa y poco a poco fomentaron una relación amorosa que culminó en una boda. La pareja se dedicó a recorrer América Central, donde el alemán supo explotar con idénticos beneficios la invención del daguerrotipo. Sin embargo, al llegar a San José, Costa Rica la felicidad de Luisa se trastornó de improviso por un penoso descubrimiento. Unas cartas le informaron que su esposo ya estaba casado al contraer nupcias con ella. Aquellas cartas portaban las quejas de una doliente esposa abandonada. Luisa se separó inmediatamente del infeliz y regresó a Tegucigalpa. Más adelante, fue a La Habana a aprender fotografía, arte con el cual logró reunir suficientes recursos y de regreso a su patria fundar una tienda para su sostén y el de sus numerosos hermanos. [2]
En cuanto a la muerte de José Trinidad Reyes, su biógrafo Ramón Rosa la describe así:
Un pálido sol de invierno alumbraba escasamente el lluvioso día del 20 de Septiembre de 1855. La celebrada campana de la Iglesia Parroquial daba, á intervalos, lúgubres toques de agonía. Reyes estaba muriéndose; la ciencia era impotente, y el organismo del Recoleto benéfico iba á volver al seno de nuestra madre común: la tierra. (…) en los brazos de los Sacerdotes y amigos que le acompañaban, Reyes exhaló, con la suavidad de un niño, su postrimer aliento. [3]
Más adelante, Rosa recuerda que ese día erraba, como todos, por los pasillos de los claustros «sintiendo una inquietud extraña, pero no lloraba porque no tenía idea exacta de la muerte». Y agrega que:
Como á las once y media de la mañana, oyendo el fúnebre clamor de las campanas y los gritos de desesperación de los tegucigalpenses, vi á Reyes sentado en una silla, y a una señora, Luisa Valdés, que le ponía en frente un aparato que me era desconocido. Con la curiosidad propia de un niño, pregunté: —¿Qué está haciendo Tata Padre, y qué la Señora con el trasto que tiene enfrente? Me contestaron: «El Padre está dormido y la Señora lo retrata».
Esta voluntad de conservar los rasgos físicos de aquellos que han fallecido se vincula con una tradición antigua y arraigada en la historia del arte. La imagen de alguien que ha muerto sustituye al cuerpo perdido, llenando un vacío que no puede reemplazarse con nada más.
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Emiliano
Nunca me imaginé que en la historia de Honduras existió una mujer dedicada a la fotografía profesional en pleno S.XIX, donde la oscuridad del machismo era pan de cada día.