Tras la exploración de las tensiones familiares en ‘Peleas ejemplares (I): Peleas de familia’, Edgardo Molina nos adentra ahora en la complejidad del vínculo conyugal en esta segunda entrega: ‘Peleas ejemplares (II): Peleas de pareja’. Con su característico estilo ágil y directo, el autor nos invita a reflexionar sobre cómo las palabras, los silencios y las pequeñas batallas cotidianas pueden moldear la intimidad y desafiar la estabilidad de una pareja. A través de una serie de momentos intensos y reveladores, Molina nos presenta discusiones que, en su progresión, revelan las tensiones y los desafíos inherentes a la convivencia.

Peleas de pareja

5.

—No se dice haiga, se dice haya.

—No me corrijás, llevo años diciéndolo mal y qué, ya no puedo cambiarlo, nadie se muere por eso, sólo es una palabra.

—Sí, pero al menos intentá, es feo escucharlo. Además, llevo como diez años repitiéndote lo mismo.

—Dejame, pues, sólo por eso… ¡Qué ridículo!

—Vamos a terminar divorciándonos por esta tontería: que no podés aprender a decir una maldita palabra bien. ¡Qué vergüenza!

—Y qué querés, no puedo y qué, no lo voy a hacer.

—Me da tanta tristeza, sinceramente. Yo lo puedo esperar de una persona sin educación, pero vos con maestría y todo, es el colmo.

—La educación ha fracasado en este país. Ya, dejame en paz, yo no lo voy a cambiar: haiga, haiga, haiga y mil veces haigaaaaaaaaaaaaaaa…

—Dejá de gritar, ¿estás loca o qué? Nos vamos a ir a matar en este carro por tu escándalo.

—Por el amor de Dios, sólo te pido que te callés. Ya no te aguanto, mujer. ¡Bien estaba soltero!

9.

—Ja, ja, ja, ja. ¿Te acordás de cómo se cayó aquel niño? Ja, ja, ja…

—Amor, estamos teniendo sexo. ¿En serio te vas a poner a hablar?

—Beh, a mí me da risa, ja, ja, ja, ja…

—Yo necesito concentrarme. Después estás de enojada porque hace mucho tiempo que no sé qué…

—Bueno, ya, me voy a concentrar.

—Ja, ja, ja, ja

—No, ya no. Me rindo, mejor reíte.

—Sólo de delicado. Adiós, buenas noches.

—Andate, siempre volvés…

—No, mejor lo soluciono solo.

—Adiós, ni vayás a estar molestando.

—Ja, ja…

7.

—¿Trajiste la harina?

—No, no me dijiste nada.

—Te lo repetí toda la mañana.

—¿Qué cosa?

—La harina.

—Sí, sí, mañana la traigo.

—¿Por qué nunca podés escucharme en lo más básico? Estoy cansada.

—Porque tengo un maldito mono en la cabeza, porque mi vida es un millón de posibilidades sin cumplir. Soy como un chango con platillos viendo desde la vitrina hacia el bosque.

—Sólo tenías que traer la harina. Era todo.

8.

—¡Dejá de llorar por todo! Uno llora cuando la gente se muere. Dejá de hacer drama. Sólo quiero hablar con vos como adultos.

—Es que yo así soy, dejame.

—Parece que te están matando. Sólo dejá de llorar, comportate como la gente normal.

—Esto es normal para mí.

—Entonces, no mirés esas tontas series coreanas. La gente va a pensar que te estoy haciendo daño con esas lagrimotas.

12.

—Deberías regalar esos libros. No hacen nada en esta casa…

—Me gusta como se ven.

—Es que te la tirás de inteligente e intelectual.

—No, no es eso… Realmente no lo entenderías…

—Claro, como soy tonta…

—Para nada. Es sólo que llevo años coleccionando muchos de estos libros, y ya son como objetos, porque decidí que nunca los leeré. A veces busco cosas al azar, pero como conocí a sus autores o ya me imagino lo que dicen, no puedo leerlos. Es todo…

—Más polvo para esta casa…

—Recordá que somos polvo…

—No empecés de nuevo. Solo regalalos y ya.

—A la gente le gusta otro tipo de regalos: cosas tecnológicas, no libros. Es mejor que estén aquí. Pobres. Es mejor que vivan acá hasta que me muera. Después que le sirvan de cuña a alguien más. Solo dejalos en paz. Son como ventanas cerradas.

—Cuando no estés, me van a servir para encender el fuego en uno de esos apagones. No me gustan esos adornos tan llenos de polvo.

—Cuidadito. Ahí sí te quemo ese montón de ropa que nunca usás.

—Pues, le metemos fuego a la casa.

—Eso me parece mejor, pero con otro combustible…

13.

—Fijate que estaba pensando: ¿Creés que sea lo mismo meditar en el transporte público que frente al fuego?

—Eso parece diabólico. Mejor ponete a lavar los platos.

—Es diabólico que estés buscando pelear y escuchando las prédicas de la iglesia en la TV. Es más, sé que cuando te ponés a ver cosas de Dios es porque algo malo estás tramando o me estás ocultando algo. Fijo ya te endeudaste en algo o a saber…

—Siempre que quiero acercarme a las cosas de Dios, vos salís con esas cosas.

—Mejor decime ahora qué hiciste. Además, ya días andás rara… Vos pensás que yo soy tonto.

—No te importa. Vos sólo pasás juzgándome.

—No, no es eso. Es sólo que te conozco y no sos capaz de actuar de forma racional cuando estás en problemas. Por eso buscás de forma intermitente a Dios. Por eso no sos constante.

—Siempre de sabelotodo. Es que no podés verme feliz. A mí, me gustan las cosas de Dios.

—Estar viendo todo el día en Facebook cosas te hace querer comprar. Es puro deseo y deseo. Es lo que siempre te digo. Por eso te metés en tanta deuda y papadas para luego estar pidiendo ayuda divina…

—¿Quién no se ha sentido feliz al comprar algo? Vos, por ejemplo, solo cambiando de celular y nadie te dice nada.

—Es cierto, pero tampoco me endeudo por eso. Mejor decime y dejate de papadas. A mí no me gusta estar en pleito.

—Silencio.

—Es con la tarjeta de crédito…

—Segura que sólo eso. No me estás ocultando más cosas…

—Es que vos solo juzgándome. Por eso no te había contado…

—Bueno, al menos no es tan grave. Sería peor que ya no me quisieras. Aunque no sé cómo vamos a pagar ese montón de dinero…

10.

—Ridículo, sabelotodo.

—Lo siento, no es mi intención.

—No todo se resuelve con tontas elucubraciones. También se necesita el dinero.

—Soy ingenioso, ¿qué te puedo decir?

—Sí, sos divertido a veces, pero necesitamos dinero. No huyás de la realidad, por favor.

—Mil Siddarthas crecen en mi mente, como hierba saliendo del pavimento.

—Si mañana no venís con el dinero suficiente, no quiero verte.

—Pero no necesito verte físicamente para verte. Solo cierro los ojos y ya estás.

—No podemos vivir de amor. También te amo, pero necesitamos dinero, en serio. Debemos muchas cosas…

—Hago lo mejor que puedo. Vivo prácticamente en ese trabajo y no sé qué hacer para ganar más dinero. Lo único que me mantiene con vida es llegar a casa y enredarme en ese nudo con el que me amarrás entre tus piernas. Me siento en un manantial de estrellas.

—No puedo enojarme con vos. Aunque lo intento, no puedo. Pero ya no, no podemos seguir en esta inestabilidad económica.

—Lo siento. Podemos dejar de gastar tanto en cachivaches inútiles. El consumismo, el capitalismo es el culpable.

—Fuera, ya no te quiero ver. Sólo, por favor, fuera de acá. ¡No quiero más discursos! Estamos hasta la madre de deudas. Sos el hombre, andá a buscar plata.

—Aun el peor día a mi lado lo vas a desear cuando ya no esté con vos. Quizá podás tener un calentador de pies o un peinado de copete, pero el amor de verdad es algo que sólo recordarás. Entonces vas a tener que abrazar un sinfín de productos inservibles y bailar con ellos en los pasillos de los supermercados.

—¡Fuera! No te necesito. Adiós. ¡Te odio! No servís para mí.

11.

—Me gustaría tener un emprendimiento, una microempresa…

—Esa es la conversación habitual de los ebrios, ¿sabés? Es casi la medición del estado etílico…

—Es que no quiero trabajar eternamente para alguien más. Me gustaría ganar mi propio dinero, ser mi propio jefe.

—Sí, me imagino. Se necesitan ideas novedosas para tener negocios nuevos. Espero que no estés pensando en una tienda de ropa usada o un salón de belleza, ja, ja, ja, ja…

—Silencio.

—¿Qué?, ¿qué pasó? No, bueno, lo siento… No creí que estuvieras pensando en eso, lo siento.

—Siempre arruinás todas mis iniciativas, mis ganas de hacer cosas nuevas. Odio que seás tan poderosamente idiota.

—Pero no hay nada más cliché que una tienda de ropa o un salón de belleza cuando se trata de una mujer joven que quiere emprender un negocio. Además, hay miles. Por otro lado, apenas podemos sobrevivir con el poco dinero que ganamos.

—Sí, pero no me tenés que romper los sueños con tanta soltura y disfrute. Sería mejor que me mintieras, al menos un poco.

—Soy un aburrido, ¿qué querés que haga? Así es el capitalismo; nos hace aburrirnos de todo y buscar nuevos estímulos infinitamente.

—Vale más que no te gustaron las drogas, porque si no ya nos habríamos divorciado.

—No te has divorciado porque traigo dinero a la casa. De otro modo, no podrías pensar en una tienda de ropa usada…

—Nunca te podés callar. Siempre sos tan hiriente e idiota.

—Andá poné la tienda de ropa, pues. Que por cierto, no tenemos dinero para hacerlo.

—Ojalá fueras más positivo. No todo está mal. Para ser hombre sos demasiado menopáusico…

—Dejá de ver películas de Disney. Mejor tratemos asuntos más reales como qué vamos a comer hoy…

Sobre el autor

EDGARDO MOLINA. Originario de Tegucigalpa, Honduras, es Licenciado en Letras con orientación en Literatura por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) y Máster en Gerencia Social. Miembro de los colectivos artísticos Xoxonal y Apolión, también facilita talleres literarios y publica regularmente en las secciones culturales de diarios nacionales, además de haber participado en varias antologías de cuentos. En la UNAH, desarrolló el taller ‘La estirpe de Molina’. Es autor de los libros La mitad de mi cerebro (2017), Formas efímeras (2018), Lluvia de peces (2019), Podría Sembrar un árbol o con su madera vestirme (2022) y Pasos Susurrantes (2025). Es escritor recurrente en la revista cultural Bucentauro.


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