Ernesto Carillo había escrito obsesivamente cientos de poemas, cuentos y tres novelas románticas, así pues, participó en todos los concursos literarios habidos y por haber. Tan cansados estaban los jueces que ya conocían los versos y las fábulas de Carrillo, aun cuando se cambiaba constantemente de seudónimo.
Sin darse cuenta, Carrillo había llenado su mundo de clichés: boina al estilo Neruda, lentes redondos, despeinado, antisistema, romántico e idealista, pobre por decisión, amargado y con el clásico hastío por la vida, la gente y todo lo demás de la mayoría de intelectuales…
Como era de esperarse, un día decidió que el mundo ya lo había humillado suficiente. De alguna forma sabía que todo lo que él hacía, alguien más lo había hecho antes y, pues claro, nada más cliché que un poeta romántico que se suicida porque es incomprendido, bohemio de lunes a domingo y todos los trabajos le parecen explotación para su enorme intelecto. Entonces escribió:
La formas del tiempo he disuelto en los espejos de mis palabras
Soy como un mar de piedras, un mar vacío, el fondo de las olas.
Así que sentado sobre la cama tomó un revólver, puso las balas en el cilindro giratorio y jaló el gatillo…
Bueno, el arma no se accionó, sintió una tormenta fría y violenta en su nuca, y se fue esfumando el deseo de “inmortalizar” su obra con su muerte. Acomodó sus lentes y leyó sus últimos versos, se sintió como la resurrección de Juan Ramón Molina o de Charles Baudelaire. De súbito, pensó irse al mar. Sabía que su gran obra se ocultaba con la brisa del mar. Pensó: ¿Cómo un gran poeta como yo podría escribir su obra magnánima en esta ciudad absurda, tan llena de vacío e ignominia?
Lleno de una renovada esperanza literaria, hizo su maleta y se fue a casa de sus padres:
-Papá, necesito dinero para irme de viaje, mi gran obra espera entre los pliegos de mar.
-Ernesto, tenés treinta y cuatro años, sos un vago, dedicate a trabajar, te vendría bien producir dinero, ya no quiero seguirte manteniendo.
-Me estás amarrando las alas, dejame ir, soy como un ave enjaulada. Prefiero la muerte antes que quedarme en esta ciudad de retrógrados y trogloditas. Mamá, ayudame…
-Ernesto, mi pobre hijo. Dejalo irse, no ves que está sufriendo tu pequeño…
-Pero si este tipo es un hombre, ya no lo defendás, lleva años amenazando con matarse y prácticamente se lleva nuestro dinero para gastárselo en licor en las cantinas del centro. Ni siquiera nos ha traído un nieto.
-Ernesto, Junior, sigue siendo tu hijo, además ha estudiado mucho, es muy inteligente y estarás orgulloso cuando escriba su obra maestra.
-Maldición, mujer, vos arruinaste a este zángano, bueno para nada. Tomá, llevate mi dinero, pero esta es la última vez, ya no pagaré más tu departamento, así que andate lejos y no volvás hasta que hayás triunfado de alguna manera: fuera de mi casa.
-Vos pensás que solo se puede triunfar siendo esclavo del neoliberalismo, yo jamás trabajaré ocho horas al día, yo soy revolucionario, idealista, yo cambio al mundo, papá; no me autoexploto para pensar que soy exitoso.
-Entonces, andate a cumplir tu sueño de escritor lejos de mi casa y de mi dinero.
-Entonces me voy. Todo tenés que materializarlo, el mundo no solo es dinero, sabés.
-Repetilo el día que te quedés sin dinero y te comés esas palabras, majadero. Andate de mi casa.
-Te quiero, viejo amargado.
-También te quiero, pero debés mejorar.
-De nuevo corriste a tu hijo como si fuera un ladrón.
-Rebeca, lo único que quiero es que aprenda a defenderse, que pueda trabajar para sobrevivir, es todo lo quiero, que sea un adulto útil en esta sociedad.
-No tenemos a nadie más que a Junior. Solo él vendrá a cuidar las flores de esta casa cuando ya no estemos.
-A venderlo todo, a eso vendrá. Cuántos jóvenes habrían querido las oportunidades de Ernesto, cualquiera sería un gran doctor o un abogado.
-Es lo que es, no hay más.
Ernesto llevó consigo tres cambios de ropa, tres de sus libros preferidos: Color Naval, Mitad de mi silencio y El Jonás, unas latas de atún y echó el dinero en sus calcetines, luego salió de Tegucigalpa rumbo a La Ceiba en un bus directo, abordó el Ferry hasta Utila y llegando a la isla se sintió otro, como un ser de luz o un místico chamán de las aguas. La misma noche se quedó dormido en la arena, ebrio, sin fondo y llorando sin un fin.
Después de una semana de satisfacer sus necesidades bohemias, decidió trabajar, y gracias a haber tenido una buena educación hablaba inglés. Eso le ayudó para abordar un crucero lleno de veraneantes extranjeros y empezó a trabajar como mesero, pero odiaba tener que servir a los demás, realmente solo quería llegar a su camarote y ponerse a escribir su pieza maestra: la historia de un amor imposible, al mejor estilo de las telenovelas mexicanas. Pero en su corazón sabía, estaba seguro que ganaría cualquier concurso literario, y se veía en medio de los flashes de las cámaras en medio de cientos de periodistas preguntándole: ¿En qué se inspiró para escribir su obra?
Luego de ocho meses de viaje en el crucero, y haber conocido la mitad del mundo, vio terminada su obra: el peor desperdicio de papel y tinta que el mundo haya visto jamás. La novela llevaba por nombre “Amor sin barreras”. Solo necesitaba el dinero suficiente para la publicación, así que, con su mundo transformado en las mil quinientas hojas de su novela, decidió regresar a casa, tomó su teléfono celular el cual no había encendido durante toda su travesía y escribió a su mamá:
-Terminé mi novela, regreso a casa.
-Leyó un mensaje de su padre: – Regresa, te conseguí un trabajo en un colegio.
Luego un mensaje de su madre:
-Tu papá murió, hijo.
Su mundo se rompió, quedó en blanco, y entonces sintió la orfandad, pues su mente se llenó de recuerdos como sus ojos de lágrimas: las tardes sentados viendo televisión, la primera cerveza, los regalos de su padre y los asados que siempre cocinaban juntos. Pasaron por su mente los buenos y malos momentos, la vida misma en este pequeño mensaje desgarrador de su madre. Súbitamente tomó un encendedor y empezó a quemar su obra maestra, luego la tiró al basurero sin darle importancia, pues su sueño era mostrarle a su padre su gran éxito, mostrarle que podía ser un gran escritor y que todos esos años de estudios no habían sido en vano. Simplemente quería, por una vez, hacer sentir orgulloso a su padre…
Su camarote empezó a arder y el humo terminó lo que el alcohol había comenzado, y ahí quedó, tirado en la cama, desmayado, mientras las llamas quemaban su pantalón y camisa. De pronto, su compañero de cuarto entró y lo sacó inconsciente del camarote y cuando despertó en medio de estribor escuchó:
¡Todos a los botes!
Más tarde despertó en Tegucigalpa, su cuerpo estaba quemado y sin saber dónde estaba, llorando y muy triste, pero vivo; recordando los consejos de su padre y la falta que le hacía su viejo.
Afortunadamente, atribuyeron el inicio del fuego a una fuga de gas en la cocina, porque casualmente, un lavaplatos del barco, aspirante a músico, iba a contarle a Ernesto sobre el conato que había comenzado y parecía no acabar.
Con el tiempo se mudó a casa de su madre, ambos se hicieron compañía. Después de un tiempo, Ernesto empezó a dar clases de literatura en el colegio que su padre le había sugerido para trabajar y, por las noches, se le puede ver en los parques de Tegucigalpa pegando poemas en los postes del alumbrado público y yendo a esconderse para ver, bajo la tenue luz, a los enamorados leer sus obras e irse tomados de la mano.
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