Poesía para el pobre,
poesía necesaria como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Gabriel Celaya
Hablar del Día del Trabajador no solo es referirse a multitudes en las calles; es exigir mejores condiciones laborales, también es pelear por adecuados estadios sociales, por salir de la indignidad y el oprobio en el que durante décadas hemos estado. Salir a las calles no es sinónimo de modelar, de tomarse selfies, de creerse revolucionarios; es entrar en ella con valor y en busca de dignificar la existencia en esta tierra que hasta ahora solo nos ha dejado incertidumbre y dolor.
En este contexto, presento seis poemas de autores hondureños que evocan en sus letras esta lucha diaria, la consciencia del trabajo como eje de desarrollo humano, la razón y la dignidad del obrero en cada actividad laboral que se realiza. Hay mucha más poesía que homenajea el trabajo, que exige mejores remuneraciones para los jornaleros, sin embargo, me he quedado con este fajo para retar al lector a buscar más, a conocer mucho más de los escritores hondureños, de estos trabajadores de la cultura, que hoy en día siguen en construcción de poemas que honran la escritura y las faenas de los compatriotas. A continuación, pues, poemas de cinco altos nombres en la poética nacional, ninguno desconocido, todos poseedores de escritos con fuerza, ánimo y solidaridad.
LO ESENCIAL
Alfonso Guillén Zelaya
Lo esencial no está en ser poeta, ni artista ni filosofo. Lo esencial es que cada uno tenga la dignidad de su trabajo, la conciencia de su trabajo.
El orgullo de hacer las cosas bien, el entusiasmo de sentirse transitoriamente satisfecho de su obra, de quererla, de admirarla, es la sana recompensa de los fuertes, de los que tienen el corazón robusto y el espíritu limpio.
Dentro de los sagrados números de la naturaleza, ninguna labor bien hecha vale menos, ninguna vale más. Todos representamos fuerzas capaces de crear. Todos somos algo necesario y valioso en la marcha del mundo, desde el momento en que entramos a librar la batalla del porvenir.
El que construye la torre y el que construye la cabaña; el que siembra ideas y el que siembra trigo; el que teje los mantos imperiales y el que cose el traje humilde del obrero, el que fabrica la sandalia de sedas imponderables y el que fabrica la ruda suela que protege en la heredad el pie del jornalero, son elementos de progreso, factores de superación, expresiones fecundas y honrosas del trabajo.
Dentro de la justicia no pueden existir aristocracias del trabajo. Dentro de la acción laboriosa todos estamos nivelados por esa fuerza reguladora de la vida que reparte los dones e impulsa actividades. Solamente la organización inicua del mundo estanca y provoca el fracaso transitorio del esfuerzo humano.
El que siembra el grano que sustenta nuestro cuerpo, vale tanto como el que siembra la semilla que nutre nuestro espíritu. Ambos son sembradores, y en la labor de ambos va in vivito algo trascendental, noble y humano: dilatar y engrandecer la vida.
Tallar una estatua, pulir una joya, aprisionar un ritmo, animar un lienzo, son cosas admirables. Tener un hijo y luego cultivarlo y amarle, enseñándole a desnudarse el corazón y a vivir a tono con la armonía del mundo, es también algo magnífico y eterno. Tiene toda la eternidad que es dable conquistar al hombre, cualquiera que sea su capacidad.
Nadie tiene derecho de avergonzarse de su labor, ninguno de repudiar su obra, si en ella ha puesto el afecto diligente y el entusiasmo creador.
Nadie envidie a nadie, que ninguno podrá regalarle el don ajeno. Lo único necesario es batallar porque las condiciones del mundo sean propicias a todos nuestros semejantes y a nosotros mismos para hacer que florezca y fructifique cuanto hay en ellos y en nosotros.
La envidia es una carcoma de las maderas podridas, nunca de los árboles lozanos. Ensanche y eleve cada uno lo suyo, defendiéndose y luche contra la injusticia predominante, en la batalla están la satisfacción y la victoria.
Lo triste, lo malo, lo criminal es el enjuto del alma, el parásito, el incapaz de admirar y querer, el inmodesto, el necio, el tonto, el que nunca ha hecho nada y niega todo, el que obstinado y torpe cierra a la vida sus caminos; pero el que trabaja, el que gana su pan y nutre con su esfuerzo su alegría y la de los suyos, el noble, el bueno, para esa clase de hombre tarde o temprano dirá su palabra de justicia el porvenir, ya tale montes o cincele estatuas.
No tenemos derecho a sentirnos abatidos por lo que somos. Abatirse es perecer, dejar que la maldad nos arrastre impune al desprecio, a la miseria y a la muerte. Necesitamos vivir en pie de lucha, sin desfallecimientos ni cobardías. Ese es nuestro deber y esa es la mayor gloria del hombre.
No maldigamos, no desdeñemos a nadie. No es esa la misión de nuestra especie; pero no tengamos tampoco la flaqueza de considerarnos impotentes.
ESCRITO SOBRE EL AMANECER (Fragmento)
Livio Ramírez
Es tarde.
El amanecer se aproxima
como un jaguar.
Los obreros comienzan
a levantar el día.
A estas horas
la soledad acaricia mi cabeza.
Su mano es áspera,
aunque percibo
algo muy parecido a la piedad,
pero mi ojo es materia en combustión:
llama.
Dardo que fluye.
Hoguera casi triste.
COMBATE
Clementina Suárez
Yo soy un poeta
un ejército de poetas.
Y hoy quiero escribir un poema,
un poema silbatos,
un poema fusiles
para pegarlos en las puertas,
en la celda de las prisiones,
en los muros de las escuelas.
Hoy quiero construir y destruir,
levantar en andamios la esperanza.
Despertar al niño
arcángel de las espadas,
ser relámpago, trueno,
con estatura de héroe
para talar, arrasar
las podridas raíces de mi pueblo.
EL PUEBLO
Roberto Sosa
Nuestro planeta es el pueblo.
Los campesinos de rodillas en el polvo.
Los astronautas
Cautivos en las constelaciones
Los trabajadores
Que hacen respirar las fábricas.
Los pordioseros no consolados.
UNIÓN
Jacobo Cárcamo
En las ramas de los arboles
se han dado un abrazo verde
las dos riberas del rio.
Árbol del negro,
árbol del blanco,
juntad vuestros ramajes
por sobre el río negro de las clases.
Las dos riberas del río
en las ramas de los arboles
se han dado un abrazo verde.
ANTÍFONA DEL INDIO
Jacobo Cárcamo
Indio americano…
melancólico…
retostado…
jadeante…
Irrespetado por el sol,
traicionado por la tierra,
explotado por los blancos.
Indio de la lágrima oculta
y del quejido silencioso,
que llevas en la cara y en el gesto
el sello de la raza.
Mañana,
cuando la aurora de la justicia
extienda sus paracaídas de luciérnagas,
no serás indio:
serás hombre!
Camarada triste,
explotado,
sudoroso,
recoge tus gritos no gritados
para que salgan por tu boca hinchada
como un coro de soles.
Ten el ojo abierto…
ten el puño listo y espera la señal.
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