Un personaje importante del folclore de Ojojona es Colacho. Su nombre real es Nicolás Alejandro Zelaya Flores. Se crió en el pueblo donde aprendió la albañilería, a rajar piedra y a chapear. También ha trabajado como agricultor y guachimán en un colegio de señoritas de Tegucigalpa. En el pueblo es notable por diferentes motivos.
Muy temprano en la mañana se lo podía ver que iba caminando para Santa Ana. Iba a rebuscarse al pueblo vecino, a ganar para los frijolitos. Pese a ser introvertido y de pocas palabras, la misma necesidad de trabajar hizo que se expusiera ante la mirada aguda de los fisgones que viajan en los buses, ante los transeúntes que lo ven como animal raro y que le niegan el saludo por su apariencia descuidada. Eso a Colacho siempre le ha valido tres leguas y dos hectáreas. Siempre se ha dedicado a trabajar: es jornalero de tiempo completo. Y eso lo puede demostrar su piel curtida por el sol. Al final, es lo único que cuenta para él.
Quizá los prejuicios de esa gente poco empática con nuestro Colachito tengan un breve sustento. Porque la primera impresión es que pareciera que Colacho siempre anda encachimbado. Nació con entrecejo fruncido, mirada de forajido y labios apretados, lo que lo hace ver como un sujeto infeliz y amargado. Pero no es así… De esta manera es su talante. Su carácter es el de una persona normal.
Colacho compró un violín hace años. Al llegar de trabajar, dejaba el machete y se ponía a tocar. Repicaban desesperantemente en su cabeza las notas de alguna rola que había escuchado en Radio Satélite. Entonces la recomponía. Así cultivó la música popular, especialmente, la de cantina. Después, con unos aleros fundó «Los Orientales», un conjunto de cuerda notable por el toquín desenfrenado y frenético de su currunchunchún. Colacho y su grupo tocaron en múltiples cumpleaños, desgajadas, busqueniños, navidades, ferias, pachangones; tocaron por tocar, tocaron para pacificar el alma, tocaron por joder o simplemente por amargarle la vida a los vecinos.
Hoy en día, Los Orientales ya tocan poco, se desafinaron sus instrumentos y seguramente yacen amontonados en un rincón, polvorientos. El grupo entró en decadencia y ahora está por desaparecer porque casi nadie lo contrata. Decir contratar es ser sensacionalista. Cuando tocaban, los omnipotentes alcaldes sólo les daban la comida y un garrafón de guaro. Una indignidad humana. La culpa fue de ellos por no darse a respetar, por dar cabida al amiguismo, a la confianza desmesurada hasta el irrespeto. Esto es y seguirá así. El político es abusador, insoportablemente ignorante en cultura.
Recordar lo triste es una gran cosa, hace meditar para no recaer en viejos errores. Colacho es, sin duda, una persona que mucha gente no invitaría a comer a su casa por sus modales en la mesa. Sin embargo, su idiosincrasia no es negociable. Si come con los dedos y se los chupa uno por uno, es cosa suya. Si habla mientras come, lo aprendió en la calle, pero eso no lo vuelve un tipo raro. Colacho no aspira a ser un posser o un wannabe, además, está lejos de ser un naco. Naco es quien estaría dispuesto a verlo por encima del hombro y de ahí sentirse superior. ¿Que si es malhablado? Pues, sólo con la gente que bromea y que tiene el suficiente agallaje para soportar sus repetidas y punzantes embestidas verbales. Colacho es calle, es pueblo.
Nicolás es como ha querido ser. Suele andar una mochilita al hombro y en la cintura su machete. Usa la camisa desabotonada hasta el ombligo para alucinar el pecho imberbe y reluciente. Usa un par botas de hule y sólo en ocasiones especiales y urgentes habla en un dialecto especial que tiene un sonido fricativo, labiodental y sordo. Afahoforafa nafadiefe puefedefe hafablafar afasifi. Impresionante, ¿verdad? Esto dice mucho de él, de su proceso cognitivo. Y también habla en ce y con todas las consonantes del alfabeto español.
La vida no ha sido muy benigna con Colacho. Hace tiempo un hacha le cayó en la región cervical de su columna. Este accidente le impide trabajar como lo haría si estuviera mejor. Necesita ayuda. Dijo que fue a pedir ayuda a la Alcaldía, pero se la negaron, como pasa a menudo con las administraciones dictatoriales y sabelotodo de los años recientes. Si lo ve por allí, convídelo. Con eso usted no se hará más pobre.
Este personaje de carne y hueso sufre y siente y es real. No es un cuento político barato ni fue sacado de un almanaque, mucho menos, de las perras de Teofilito. Colacho es parte constitutiva y esencial de nuestro tejido cultural.
GALERÍA
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Miguel Andino
Excelente trabajo, muchachos. Un 100 %.
Jorge González
Ese colacho era otro nivel ……no le faltaba la del moño colorado. En esas fiestas……..ex excelen trabajo muchachos….yo soy de Ojojona.