Esta primera entrega de los microrrelatos de Edgardo Molina nos abre una ventana a la intimidad familiar, con la fuerza y la concisión propias del género. Originalmente concebidos para un libro, el autor sintió que su crudeza y cercanía los hacían demasiado personales. Sin embargo, su potencia narrativa merecía compartirlos. Por eso, se propone esta división en dos entregas: ‘Peleas de Familia’ y ‘Peleas de Pareja’, buscando coherencia temática y un flujo emocional.
Aquí, el humor (a veces irónico, a veces sarcástico) alivia la tensión, pero también revela afectos y dinámicas de poder. Los diálogos ágiles capturan la autenticidad de las discusiones cotidianas, hasta llegar a la emotiva conversación con la abuela, que nos recuerda la profundidad que puede esconderse tras lo cotidiano.
Peleas de familia
—Me cansé, de nuevo se terminaron todas las galletas. Vos y tu hermano comen como condenados a muerte. No entienden que no hay dinero, traten de comer hasta llenarse y no sigan comiendo a medianoche. Esas galletas eran para las meriendas de la escuela.
—Intento jugar, dejá de molestar, yo no pedí nacer, vos me trajiste al mundo.
—Edgardo, ¿vos te comiste las galletas?
—No, yo sería incapaz. Ya venían “pre comidas”.
—¿”Pre comidas”, ¡qué bestia!? ¿Y esos cachetes llenos de chispas de chocolate?
—Se llama Sarampión, mejor llevame a consulta, ya me empiezo a morir…
—No tengo tanta suerte, además, me sale más barato que vivás, animal, está muy caro morirse en este país.
2.
—Mejor hubiera parido un rollo de alambre, mi casa estaría cercada.
—Mirá, mamá, ¿pero a quién ibas a encerrar con el rollo de alambre? Dejame salir, no podés tenerme preso acá.
—¡Mejor te mato acá con mis propias manos o con esta faja, en lugar de que alguien en la calle te mate por andar de vago! ¡Este país es súper peligroso, entendé, maldecido!
—Te amo, madre, y no voy a ser yo quien te convierta en asesina. Adiós, saldré a buscar quien me mate afuera.
—¡Mil veces burro, mejor hubiera parido un rollo de alambre!
—No me vas a arruinar la juventud, dejame equivocarme también, como vos al parirme. Adiós, doña.
—Ni te voy a llorar, ni siquiera iré a reconocer tu cadáver.
—Me vale, igual no me daré cuenta.
3.
—Hijo, hay algo que quiero hablar con vos.
—Ya, ahorita voy a ir a lavar el baño, no es necesario el sermón.
—No, esta vez no es sobre limpieza.
—Pero si vos solo de eso hablás, vos querés que esta casa vaya a concursar a la competencia de quirófanos.
—Callate, malcriado, es en serio. Vos ya estás grande, pronto vas a cumplir once años, yo estoy en una relación. Como sabés, yo quiero casarme; no puedo con todo y vos necesitás el rigor de un hombre.
—Ay, mamá, ese tipo es malo, vos bien sabés… Cada vez que viene me quita el control del televisor, se acuesta en los muebles como si fuera el dueño de la casa, se ve que es un fresco y seguro te va a ir mal en el matrimonio. Yo realmente no quiero.
—Un malcriado es lo que sos, vení para acá, igual yo no tengo que andarte consultando nada a vos.
—Ve, a mí no me pegués de gusto, vos me preguntaste…
—A-pren-dé, maldito, a no llevarme la con-tra-ria.
—No me pegués en sílabas que lo odio.
4.
—Yo no entiendo cómo llegué a casarme con este sinvergüenza e irresponsable.
—Bueno, te acordás que yo hace diez años te dije que no te casaras con ese señor, pero como vos andabas enamorada…
—Calláte, quinta columna, solo para arruinarme la vida servís.
—Vos me querés culpar de todos tus errores, y la verdad es que es tu culpa, además; el hijo soy yo y vos tenés que cuidarme, no al revés.
—Vieras cómo deseo que seás un adulto y te vayas de esta casa.
—Y yo que te murás rápido para quedarme al menos con esta casa.
—Con las ganas te vas a quedar, porque yo no te estoy dejando nada, es más, ni me sigás diciendo mamá que yo no soy mamá de malcriados.
—Bueno, está bien, señora, dejásela al que te hizo la vida un calvario, tu amado, pues.
—¡Callate!, ya ¡callate!
—Hijo de…
—Dejá de insultarte…
5.
—Ya cuando esté muerta, no importa cuánto tiempo haya pasado, voy a volver por vos; te voy a tomar de la mano para guiarte, la gente se pierde en ese camino después de la vida.
—Mami, usted nació para semilla, nunca se va a morir.
—No te quiero ver llorando cuando me muera.
—Mami, lo normal es que uno llore cuando alguien se muere.
—Que lloren todos, pero no quiero que vos estés llorando. Prometeme eso, no quiero verte llorando. Tampoco quisiera que me metieran a la tierra, es como una prisión.
—Ya no podrá verme si lloro o no.
—No hay nada nuevo en ver a una vieja morir, no sé por qué hacen tanta bulla con eso.
—No voy a llorar, está bueno, se lo prometo.
—Cumplí mi promesa, abuela.
Sobre el autor
EDGARDO MOLINA. Originario de Tegucigalpa, Honduras, es Licenciado en Letras con orientación en Literatura por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) y Máster en Gerencia Social. Miembro de los colectivos artísticos Xoxonal y Apolión, también facilita talleres literarios y publica regularmente en las secciones culturales de diarios nacionales, además de haber participado en varias antologías de cuentos. En la UNAH, desarrolló el taller ‘La estirpe de Molina’. Es autor de los libros La mitad de mi cerebro (2017), Formas efímeras (2018), Lluvia de peces (2019), Podría Sembrar un árbol o con su madera vestirme (2022) y Pasos Susurrantes (2025). Es escritor recurrente en la revista cultural Bucentauro.
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