El Guancasco, una ancestral tradición de los pueblos Lenca en Honduras, es mucho más que un simple encuentro festivo: simboliza la hermandad, la reconciliación y la preservación de una identidad cultural que desafía el paso del tiempo. Este ritual, profundamente arraigado en comunidades como Ojojona y Lepaterique, se caracteriza por el intercambio de santos patronos en procesiones llenas de fe, música y color.

Cada año, los habitantes de estos municipios se embarcan en peregrinajes de días, transportando a sus santos, San Sebastián y Santiago Apóstol, como un gesto de reciprocidad y fraternidad. Al llegar al pueblo anfitrión, la procesión culmina con el emblemático «juego de banderas», una ceremonia donde las insignias de ambas comunidades se entrelazan en un simbólico saludo, acompañadas por danzas tradicionales y oficios religiosos.

Sin embargo, el Guancasco no es solo un espectáculo; es un acto de resistencia cultural. Durante siglos, esta práctica ha enfrentado retos como disputas territoriales y el desinterés de las nuevas generaciones. A pesar de ello, sigue viva gracias al esfuerzo de mayordomos, cargadores y músicos, quienes asumen roles clave para organizar y perpetuar la tradición.

Un elemento artístico destacado del Guancasco es el baile de moros y cristianos, una representación teatral que narra enfrentamientos históricos y simboliza la victoria de la paz sobre el conflicto. Aunque este baile no define al Guancasco en su totalidad, enriquece su narrativa al incorporar dramatización, música y humor.

El ensayo de Ramón Nieto resalta la importancia de preservar esta herencia cultural. Según él, el Guancasco no solo refleja la espiritualidad y cohesión social de los Lenca, sino también los desafíos contemporáneos que enfrentan las tradiciones indígenas. La pérdida de elementos como el idioma Lenca y la música de pito de carrizo son recordatorios de la necesidad urgente de revitalizar estas prácticas.

A través del Guancasco, los pueblos de Ojojona y Lepaterique ofrecen una lección universal sobre la fuerza de la memoria colectiva y el poder de la identidad cultural. Esta tradición, inscrita en el patrimonio intangible de Honduras, nos invita a valorar y proteger lo que nos une como comunidades: nuestras raíces.


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