Hoy sé que así tratabas de explicarme
Que el mundo es demasiado grande
Para nuestra nostalgia.
Y esa desamparada aventura terrestre
Íbamos a contárnosla
Después de largos almanaques de ausencia,
Como tú mismo decías.
Mario Payeras
«Zarpar a cualquier hora, pero zarpar», de Antonio Aguilera, es una declaración de búsquedas que tarde o temprano el ser humano hace; que pueden ser la dignidad, la fe, la libertad o el cambio.
Después de leer el epígrafe de Víctor Frankl con el cual el autor abre su obra, me pregunto sobre la posibilidad de que «todo ser humano tiene la libertad de cambiar en cualquier instante», me pregunto si «a toda edad», «contra todo tiempo» y «frente a toda circunstancia», cuando miles de seres humanos no tienen muchas opciones; sobre todo si se permanece en «la errante Centroamérica/ con nidos agoreros de horizontes» como señala Aguilera en su manifiesto final, en donde nos presenta un viaje de llegada y nos brinda ideas sobre de dónde venimos, dónde nacimos, nuestras antepasados, nuestra tierra: la vendida o la arrancada, nuestro pan y nuestras penas.
Pero el poeta aún en su declaración final va, escucha, piensa y escribe. Y es que eso, precisamente, puede significar «zarpar»: ir, escuchar, pensar y escribir. Puede ser entonces el «irse» una oportunidad de transformarse. ¿Puede realmente todo ser humano cambiar? ¿Puede todo ser humano realmente partir? Me cuestiono.
El 14 de julio de 1994, el poeta hondureño Roberto Sosa firmó un texto en el que mencionó: «Me fascinan a fondo los grandes buques encima del agua, la lógica alegría de los mascarones de proa, la hermosura de poder respirar». Es quien escribió también aquellos inolvidables versos: «Los pobres son muchos/ y por eso/ es imposible olvidarlos». En el manifiesto final de su obra, Aguilera evoca los versos del poema «Malignos bailarines sin cabeza», de Roberto Sosa, y me pregunto qué significa para él Roberto Sosa, qué relación siente que tiene Aguilera con la poesía de su país.
La obra que hoy nos presenta Antonio Aguilera es un canto a la luz, y digo canto como poema épico, canto en el que el protagonista poético quiere o intenta ser héroe de su propia conciencia, de su propio viaje, de su propia claridad. «Somos hijos de la luz» declara, y podemos seguir sus pasos si queremos, teniendo como espejo su propósito: «alumbrar/ nuestro circo de amor y guerra».
Antonio menciona que, «tal vez lo más cercano a la luz/ sea el sonido» y pienso en la proximidad de la palabra al sonido, es decir, a los fonemas. Es su palabra poética entonces una iluminación.
En el poemario podremos encontrar imágenes tan delicadas como conmovedoras, algunas de ellas se quedaron haciendo eco en mi memoria: «El anchuroso paisaje de las ideas/ desborda la jarra quebrajosa que somos» o «La condena geométrica/ de todo cuanto existe/ reside en que nada puede ser apreciado/ de/ una/ sola/ manera».
El lector de «Zarpar a cualquier hora, pero zarpar» descubrirá un lenguaje exquisito, que se aprecia cuidado y que nos transmite verdadero interés.
Hay en la literatura universal un personaje sin nombre de la obra llamada «Hambre» de Knut Hamsun, protagonista que narra sus penas silenciosas y profundas debido a la imposibilidad de conseguir un empleo y la imposibilidad de escribir; en su lucha por encontrar las palabras señala: «pero no pude encontrar nada, pero las palabras no querían acudir» (p. 83).
En el cierre de la historia, el personaje decide irse en una embarcación sin haber navegado nunca, pero dispuesto a aprender el trabajo que le enseñe el capitán, hecho a la idea de partir y con el temor de tener que volver a tierra. El hombre dirige su mirada a la ciudad y dice adiós. Con la intención de dejar atrás el hambre y sus miserias. Pensé en este personaje mientras leía la obra del poeta Aguilera, cuando en su poema «Colisión», de alguna manera hace una añoranza «al puerto del cual zarpamos/ sin dejar de navegar». Siempre es difícil irse, pienso.
En su poemario, se muestra una insistencia por el desplazamiento; ya sea con la luz, con la palabra o con nuestra propia piedra jade. Son las palabras que encuentran al escritor, son a veces inesperadas. Además, ellas mismas reclaman ser expuestas. Se percibe una lucha por no escucharlas, finalmente no lograrlo, pues en su intención más íntima el autor quiere a la palabra rebelde y gritona. Pareciera que la hoja suplica las letras, los poemas. Es una necesidad de decir, de registrar.
¿Quién toma el lápiz con el que el poeta escribe?, ¿la mano del poeta o las palabras que lo circundan? Y aunque, a veces, el autor se resista al «no decir», esos paisajes que nos pueden parecer tan rutinarios podrían ser atravesados por versos como los de Antonio: «Entonces abro mis labios, / pronuncio la pujante palabra/ y escribo/ al ritmo de los trapos/ de los limpiavidrios, / mientras cambia el semáforo a verde».
Escribir en medio del ruido, de las miradas, de los pasos. ¿Para qué las palabras? ¿Para qué escribir? Quizá como declara el poeta: «Para nombrar la tierra que deseamos habitar/ y aún se atisba lejana».
Con la obra de Antonio Aguilera, reflexiono que todas y todos tenemos derecho a contar nuestra propia historia, de dejar indicios de que estuvimos allí, a alguien alguna vez o le servirá de luz o le servirá de olvido, y el olvido también dice algo a la historia.
Cierro mi comentario preguntándome quién es nuestra piedra jade, a la que con reiteración menciona en el poemario. ¿Somos vagos caminantes sin saber a dónde vamos? ¿Tenemos claro si huimos o simplemente caminamos? Y sus versos: «Que hay actos de entrega detrás de una partida/ Y actos de cobardía detrás de un quedarse».
Sea el poemario para el lector una oportunidad de cuestionarse, o sea lo que en su propia búsqueda quiera descubrir en su lectura.
Bibliografía
Aguilera, A. (2024). Zarpar a cualquier hora, pero zarpar. Editorial Cultura.
Hamsun, K. (2015). Hambre. Editores Mexicanos Unidos, S. A.
Payeras, M. (2013). Poemas de la Zona Reina. Editorial Cultura.
Sosa, R. (2018). Antología esencial. Los Amorosos Editores.
Sobre el autor de «Zarpar a cualquier hora, pero zarpar»
Antonio Aguilera Flores | Originario de Orocuina, Choluteca, Honduras. Es hermano jesuita, músico y escritor. Es licenciado en Letras con Orientación en Literatura (UNAH) y posee una maestría en Filosofía y Ciencias Sociales por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (Universidad Jesuita de Guadalajara). En 2022, fue laureado como ganador en los Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango por su poemario «Se van» (Oh, Capitán Editorial, México).
Su obra publicada incluye también «Nací poeta y siempre soy poeta. Encuentros de un chavalo con Ernesto Cardenal»(Cara Parens, 2024) y «Zarpar a cualquier hora, pero zarpar» (Editorial Cultura, 2024), y fue incluido en la antología poética hispanoamericana «Voces emergentes de la literatura» (Ediciones Alborismos, 2021).
Además, es cofundador de la banda de rockpop «Calcetos», con la que grabó el álbum «En el desierto», lanzado en Guadalajara, Jalisco, en el año 2022 y disponible en todas las plataformas. Finalmente, Antonio Aguilera se declara amante de la aventura por montañas y ríos, de los tamalitos de elote y de la palabra, se considera siempre en búsqueda.
Sobre la autora del artículo
Heidy Marroquín (Guatemala, 1992) | Es profesora de Lengua y Literatura y Licenciada en Letras. En 2018, Metáfora Editores y el Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango le otorgaron el primer lugar en el Certamen Nacional de Poesía Joven, por su obra «Trece de junio». Su poemario «Bajo los rayos luminosos del farol» ganó el Premio Editorial Universitaria de Poesía «Manuel José Arce» (2020).
Además, entre sus obras se incluyen «Los ojos de Nohemí» (Literatelia, 2022), «De mis versos a tu historia» (Sión Editorial, 2022) y «El abril que nos espera» (Editorial Cultura, 2024). Finalmente, ha participado en diversos festivales y encuentros de poesía en Centroamérica.
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