Recuerdo que salimos a las 11:45 p.m. Otra vez a San Sivar (El Salvador), tierra donde siempre aterrizan y tocan las mejores bandas del metal. El Salvador se ha vuelto una gran retroalimentación para los músicos de metal catracho. Es un hermoso relax salir del paraíso de lo arcaico y lo bizarro. También es un gran consuelo a la vez ver ese tipo de bandas. No es un viaje fastuoso, es un viaje de camaradería, tolerancia y fraternidad; obvio, sobre los riffs del metal pesado: la primera regla básica.
Una vez más en ruta con el Paoli, Toñoboy, El Chino, Olvin, El Ruso, Chris, Willford y El Churroboy. Los otros de la expedición pasada no pudieron hacerla esta vez. Pero iban nuevos pasajeros y nuevos compas de la Misión Cristiana, entre ellos, Jacko Blasfemia, JC, El Abuelo, El Abogado, El Cejas, Morbidvisionboy, Las Metalgirls, Los Arsenales de Odio y El Lead Singer (front man) de Carnívora, El Habitante S.
Un poco de brutal death metal para soportar el largo viaje. Pienso en el progreso salvadoreño y el atraso hondureño, años luz me imagino. Observo que algunos optaron por dormir, otros optaron por degustar de las típicas bebidas espirituosas. Percibo que El Dios Baco celebra amenamente con la elocuencia y el respeto mutuo de la expedición: Honduras unida por el metal. Recordé la última vez cuando vimos a Slayer, ¡qué magnífico roll y buenas aventuras! Pienso y veo hacia la ventana, miro la densa neblina y recuerdo el estribillo de la canción de Trauma.
«Sólo pido a la noche que cierre mis ojos…» Alguien grita mi nombre e interrumpe mi trance. Es Toñoboy, entonces denoto la jocosidad en su voz cuando dice:
—Recordás que en Slayer te perdiste en Santa Tecla…
—También se perdió en Mayhem —interrumpe El Churroboy con aire zumbón.
—¡Pero bueno! —exclamó Toñoboy y prosiguió.
—El pedo es que recordaste que Salvador Nasralla una vez dijo: «El Salvador es más chiquito que Olancho» y ¡boom!, encontraste el camino hacia Santa Tecla. —y todos se carcajearon.
—A huevos —dijo Chris.
Morbidvisionboy se levantó y se me tiró encima como un luchador de la triple A. Alguien enciende la lámpara de su smartphone porque busca como un psicópata su encendedor. Entre sus balbuceos y el resplandor de la luz observo al abuelo y no sé por qué pienso en los Alpes suizos. Veo su hoodie rojiza de Morbid Angel, luego miro a las metalgirls… «están guapas», pienso. Ahora me imagino que al vernos pasar y sentir el olor que destila el autobús a etanol y azufre, cualquiera diría «cuántas cervezas y aguardiente toman y se beberán, fijo alguien morirá», pero la verdad somos perros del averno y ladramos fuego que usa combustión Yuscarán.
No vamos a un concierto de LuisMi ni a protocolos efímeros y vanidosos de la High Life Milpa Love: ¡vamos a ver a Cannibal y a Napalm! En mi mente aparece el personaje de Robert Duvall en el film Apocalypse Now, sobre todo, aquellas palabras que dijo: I love the smell of napalm in the morning! Je, je, je, enseguida, pienso que estoy loco, en fin, vamos sobre la carretera.
Todo pinta para que haya una surrealista masacre, todo lo miro como un garabato, para una noche infernal, obvio, porque son dos mastodontes del metal extremo y escuchamos que alguien grita.
—¡No hagan trampa! —Y veo que es Paoli degustando su YY.
—¡Foreva! —le grito.
***
Desperté en El Amatillo, tenía mis codos erguidos sobre mis muslos y las palmas de mis manos debajo de mi mentón. No supe a qué horas me dormí. Bajamos e hicimos el respectivo trámite fronterizo, bebimos un par de cervezas, una selfie grupal cortesía de Jc. El Ruso alzó su cerveza y gritó:
—¡Na zdorovie!
—¡Ya por fin en territorio salvadoreño! —exclamó Jacko Blasfemia.
—Todo va en orden, todo meraV —pensé exaltado. «Don Chale», el chofer, nos reclama amablemente.
—Si entran ya, llegaremos más rápido…
Subimos al autobús y pienso en la ciudad de Santa Tecla, en su arquitectura estilo español colonial. Ese día que me perdí me encontré un par de señoras que me comentaron que en 1854 Santa Tecla fue azotada por un gran terremoto. Enseguida recordé las tertulias catrachas sobre la calle José Ciriaco López, bostecé y cerré los ojos.
**
Llegamos al hostal y como siempre recibimos buena atención. Algunos se quedaron en San Salvador con El Abuelo y El Churroboy. Nos acomodamos en la habitación, pero era imposible descansar porque estábamos sedientos y hambrientos, así que decidimos hacer un recorrido.
Deambulamos por el mercado municipal de Santa Tecla. Sentíamos los rayos oblicuos del sol, y pensé en cómo calientan sus calles y avenidas. Entramos al mercado, vimos algo de artesanías y comimos las famosas pupusas guanacas y tomamos las Pilsners. Al final me quedé con Willford conversando sobre música, especialmente sobre el metal catracho. Aunque también discutimos sobre libros, especialmente, los de Crowley & Lavey y al final terminamos conversando sobre la película Dr. Strangelove de Kubrick. Después nos dimos cuenta de que nos habíamos perdido y anduvimos pajareando, pero de repente una humilde y amable señora se nos acercó porque nos miraba extraviados y nos ayudó a dar con la dirección del hostal. Era curioso que todo estaba a la vuelta de la esquina porque ya habíamos pasado por ahí más de tres veces. Entramos y subimos a la habitación a dormir.
***
Morbidvisionboy me despertó con sus típicas bromas de albañil y vi hacia el reloj de pared, faltaba una hora para ir al concierto. Noté que Toñoboy se arreglaba como si iba a una disco a conquistar alguna nena guanaca. Chris conversaba con El Abogado sobre las rolas que le gustaban de Napalm Death. La resaca comenzaba a soltar su veneno y en ese momento vi una especie de holograma: era Lemmy Kilmister.
—Estoy loco… —me murmuré.
Éste se me acercó y me sentenció: «Las resacas son para los que dejan de beber» y enseguida se sentó sobre la cama y gritó: si vas a ser una maldita estrella de rock, sé una. La gente no quiere ver al vecino sobre el escenario, quieren ver a alguien de otro planeta. Luego se marchó haciéndome la seña de silencio. Quedé desorientado y me sentí como el maje que piloteó el LEM (Lunar Excursion Module) que se desprendió del Apolo 11 para el alunizaje sobre la superficie de la luna y que nadie sabe quién es, y que nadie ni siquiera recuerda su puto nombre. Lo único que sé es que tenía el rostro compungido. El Abogado (nuevo compa) inmediatamente me pasó YY (Yellow Yuscarán), tomé un trago para evitar los malos pensamientos y para activarme de nuevo. Sonreí, amarré mis botas y me levanté.
Nos subimos al autobús, leí el rótulo «Misión Cristiana», y pensé en mi Liet, mis gatos, mis Tovariches, mi perra y en el circo furioso llamado Honduras… —Ja, ja, ja —carcajeé, mientras el chino decía «estas quedando loco, maje», y pensé que si le contaba lo de Lemmy diría que sí estaba pijeloco. Sonreí y nos marchamos al CIFCO.
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Av. La Revolución 222, San Salvador, El Salvador. CIFCO
A vision of life
On television screens
An existence created
From empty dreams
ND
Avanzábamos ondeando la bandera de Honduras, mientras otros lo hacían con la bandera de Guatemala y algunos, a lo lejos, gritaban:
—¡Fuera joh! ¡Fuera joh!
Me encontré con varios compas hondureños, entre ellos Horus y el famoso Dúo A. Entramos y pensé en el Grindcore y el death metal de Napalm Death y Cannibal Corpse y sus treinta años de carrera. Vi al Habitante S a los lejos, éste me hizo la señal del etanol, sonreí, y a lo lejos observé al Mark “Barney” salir. En el idioma español dijo: Señores, somos Napalm Death, somos de Meriden, West Midlands, England, y entonces comenzó el Boom, el moshpit que se me hacía como la forma de un gigante brazo armado vectorizado.
La respuesta del público ante las míticas e históricas rolas Practice what you preach, los covers de Nazy fuck off (Dead Kennedys) y Victims of bomb raid (Anti Cimex) hicieron que el mosh pasara de ser un gigante brazo armado a ser un solo brutal tornado. Al final el Barney, sudado y ya de forma pausada, se despidió en el idioma español. Yo estaba agotado y sudado y ocupaba aire. Estábamos en un receso y al salir mire a El Abuelo; parecía poseído por un demonio juvenil.
—¡No te perdás! —me gritó.
***
La grama lucía bien cuidada y su verde esperanza me deleitó. Me recosté a ver las estrellas, pensé que era 3 de octubre, nacimiento de Morazán y medité sobre sus ideales.
—Centroamérica unida… —pensé.
También pensé en Honduras y El Salvador, que teníamos similares conflictos que nos unían, claro, por la culpa de gobiernos corruptos, pobreza, ignorancia y el narcotráfico. Pienso que ahí y aquí, por su escena e historia, yacería una escena de metal verdadera, cruda y honesta. O escritores meraV, nada que se tenga que envidiar a otros países.
—Sólo tres 3 minutos y ya —pienso. Después de un par de selfies sobre la grama me levanto porque es el turno de ver a Cannibal Corpse. Corriendo paso por la entrada y ¡boom!, ahí estaba el imponente George «Corpsegrinder» Fisher y de nuevo al moshpit. El batero Paul Mazarki dio clases de cómo usar doble pedalera. Eran 30 años de carrera y experiencia ahí mismo. ¡Fuck!, el headbanging estaba brutal y la energía seguía un curso dimensional y raro.
La rola I cum blood fue una degustación como el lechón navideño. Tras el agónico «que sufferer» que emite el Corpsegrinder, comienza Make them suffer, ¡una joyita del álbum Kill! (2006). No digamos Hammer smashed face que más nos enloqueció.
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Tuvimos el honor de presenciar músicos que ejecutan sus instrumentos como geniales cirujanos. No hubo grandes juegos de luces, sólo un escenario simple, crudo y genuino como ellos, basado en sus brutales propuestas y por eso son ultra meraV, no son unos fantoches del metal.
Enhorabuena, damas y caballeros, estamos agotados, no es frecuente un moshpit infernal de principio a fin. Salgo y decido sentarme en el borde de la acera y para sorpresa veo al Habitante S como un ser de las esquinas soñolientas que estaba descansando. Sonrío y pienso «otras rutas, otros placeres vivimos para ser otro pedo, somos Xibalbastars.»
Cierro los ojos y escucho que a unos metros de mí cantan en coro «Palabra de honorrrr» e inmediatamente me levanto y me fijo que son los Arsenales de Odio. La vida tiene sus cosas extrañas, cabrones, sus pasadizos y sus mantras que conducen a llaves extrañas. Una de las Metalgirls se me acerca y me pregunta:
—Te extraviaste, ¿verdad?
—¡Foreva! —le respondí.
Veo sus ojos que son hermosos y pienso que me he convertido en un caníbal y que su aliento destila napalm y que tiene un hermoso viscerocráneo. Tiene un aire asiático que me recuerda que del gran caos se hacen los mejores descubrimientos. Sonrío, y en segundos la escaneo y veo sus pequeños y bien formados pechos, divago en su elegante mentón juvenil, veo que tiene un fuerte torso, miro sus huesos afilados como sus pómulos, leo «Death» sobre su remera, sonrío y vuelvo a verla a los ojos, tiene las pupilas dilatadas y yo tengo ganas de chuparle el corazón, pero desisto, percibo que se desliza en un mar de sueño. Borro toda la evidencia mental, pienso que tengo un humor negro tan afilado que podría sacarle un ojo y ella me interrumpe.
—¿Y dónde te extraviaste?
Sonrío e inmediatamente recuerdo aquel hermoso poema de Pushkin y le digo:
Por mi vida que la senda
no se ve, nos extraviamos.
¡Qué hacer! Nos lleva un demonio
dando tumbos por el campo.
¿Cuántos son? ¿Adónde corren?
¿Por qué cantan con tal pena?
¿Van al entierro de un duende
o a casar a una hechicera?
A. S. Pushkin
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