La barbería es uno de los oficios más antiguos, aunque en cierto modo pasa desapercibido. El barbero acarrea una riqueza histórica cuyo microrrelato merece ser reconstruido, pese a la escasa bibliografía en nuestro medio. Sin embargo, en estas breves notas haré algunos modestos aportes para motivar su estudio. Pero, ¿qué es ser cirujano barbero?
Cuando los españoles llegaron a América trajeron consigo nuevos oficios y herramientas, aunque algunos de ellos ya existían en estas tierras. Esta incipiente sociedad atravesó un período de desorganización y reacomodo durante el cual, debido a la escasez de personal médico europeo, se siguió empleando facultativos indígenas. La situación era aprovechada por empíricos, curanderos y charlatanes, por lo que fue necesario que la Corona estableciera un orden en cuanto a las actividades laborales y en concreto en el campo de la medicina.
En 1579, el rey Felipe II dispuso que los protomédicos no concedieran licencias en Indias a ningún médico, cirujano, boticario, barbero o algebrista sin someterse antes a un examen que midiera sus habilidades para ejercer el oficio. En lo particular, Reina Valenzuela (1947: 51) cita: «Ningún barbero ni otra persona pueda poner botica, tienda para sajar, sangrar, echar sanguijuelas y ventosas, ni sacar dientes ni muelas; ni usar del arte de flebotomía, sin preceder su examen y licencia».
¿Pero cómo es que los barberos hacían de cirujanos, sacamuelas y flebotomianos? Acá es pertinente hacer una distinción. Por ejemplo, los cirujanos podían realizar intervenciones quirúrgicas y extracciones dentales y atender heridas y tumores; los sangradores se encargaban de practicar flebotomías, pero también podían ocuparse de las molestias dentales. Por su parte, los barberos podían lo mismo arreglar las barbas de los señores que realizar sangrías y operaciones quirúrgicas menores. Debido a esta mezcla de sus actividades era imposible delimitar sus tareas (Ramírez, 2017: pp. 143, 144).
El barbero es, en definitiva, un artesano, dueño de sus herramientas y cuyos conocimientos fueron adquiridos de un maestro artesano en un taller. En España, la valoración social de un oficio estaba determinada por el nivel de dificultad técnica que requería su ejecución. Los barberos se encontraban en un nivel alto de complejidad. Hasta cierta fecha, esta labor era considerada vil y deshonrosa.
En la época de Carlos III se da el repartimiento de tierras comunales, protección de la industria privada, liberalización del comercio y las aduanas y la supresión de los «oficios viles». En efecto, el 18 de marzo de 1783 el soberano decretó que los trabajos manuales no eran deshonrosos, pues, hasta entonces implicaban la pérdida de la hidalguía (Ochoa, 2012: pp. 85, 87).
En la Real Cédula quedaban dignificados socialmente los trabajos considerados hasta entonces «viles»:
A pesar de las disposiciones de Carlos III, la situación de los oficios viles no estaba tan arraigada en la Nueva España. Y aunque los barberos no gozaban de un estatus elevado, sí tenían una posición fuerte (ídem). Esto se puede traer al contexto local, donde los barberos eran requeridos en situaciones médico-judiciales por las propias autoridades y también considerados como personal de salud durante epidemias.
En efecto, en variadas ocasiones el sistema judicial de la Alcaldía de Tegucigalpa empleó barberos y cirujanos en el examen de cadáveres, especialmente en el período comprendido entre 1745 y 1783. Con ello pretendían comprobar que ciertamente se trataba de un homicidio. La pericia aportaba datos que luego eran utilizados en el interrogatorio de las partes para llegar a la verdad. En definitiva, la opinión de un barbero podría ayudar a esclarecer un caso. Podemos mencionar en esta fase, entre otros, a Esteban Manar, Raphael de Espinoza, Pablo Seberino, Sebastián de Arrazola y Joseph Guadalupe (Cardona, 2019: pp. 44-50).
Entre 1803 y 1806 se realizó la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna que buscaba inocular miles de habitantes de las Américas contra las continuas pestes de viruela. Hacia 1815, en el contexto de la epidemia de viruelas, la facultad de vacunar estaba en manos únicamente del personal designado por las autoridades; sin embargo, en marzo de ese año se autorizó a los barberos-cirujanos a vacunar, aduciendo que dicha operación era libre a «toda persona que tenga aptitud para practicarla y aprenderla» (ANH, 1815). Con esta decisión se buscaba inocular la mayor cantidad de personas en el Reino de Guatemala.
Esto no quiere decir que en Tegucigalpa, por ejemplo, hubiera una gran cantidad de barberos. De hecho, en 1821 se podían contar con los dedos de una mano: apenas se registraban cuatro barberos. Esto se explica por el pequeño tamaño de la provincia, que la convertía en un destino poco atractivo para los cirujanos que buscaban trabajo. Además, no había oportunidades para continuar con su formación, y la inexistencia de un gremio que velara por sus intereses.
Por fin, los barberos se establecieron casi al mismo tiempo que el antiguo régimen, aunque no podían ejercer sin aprobar antes un examen para conseguir su licencia. En Honduras, además de su oficio nato, los cirujanos barberos se ocupaban de sangrar y realizar pequeñas operaciones quirúrgicas. Un aspecto novedoso es que en ausencia de los Alcaldes Mayores y otros especialistas médicos, una de las funciones de los barberos cirujanos era hacer el reconocimiento de cuerpos. A partir de 1815 fueron facultados para administrar la vacuna contra la viruela.
BIBLIOGRAFÍA
Cardona Amaya, José Manuel. El delito de homicidio en la Alcaldía Mayor de Tegucigalpa (1648-1785). Tegucigalpa: Guardabarranco, 2019.
Ochoa Valenzuela, Juan Carlos. El gremio de los artesanos barberos-flebotomianos: Zacatecas, 1772-1822. Tesis de Maestría, El Colegio de San Luis, 2012.
Ramírez Ortega, Verónica. Cirujanos, barberos y sangradores en la Nueva España del siglo XVI. Ciudad de México: UNAM, 2017.
Reina Valenzuela, José. Bosquejo histórico de la farmacia y la medicina en Honduras. Tegucigalpa: Ariston, 1947.
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