Los apodos están en todas partes, cruzan barreras de tiempo, espacio, estatus, edad y género. El apodo es una práctica común a todos los seres humanos. El acto de dar apodos es más recurrente en unas comunidades que en otras, por ejemplo, en ciudades tan diversas como Tegucigalpa y Comayagüela. La interacción con sus habitantes y la revisión de documentación escrita las convierte en espacios propicios para recabar apodos.

A partir de ahora, daremos cuenta del apodo como aquel término que sustituye al nombre propio de una persona, y cuya finalidad es nominalizar de forma jocosa, cariñosa y/u ofensiva. El uso de sobrenombre, mote, alias o hipocorístico es indistinto, ya que todos son en contraste con el nombre propio de una persona.

Perspectivas

Se puede analizar este fenómeno desde tres enfoques, siguiendo el estudio de Victoria Olaya Aguilar (2014): socio-semántico, semántico y morfológico. En cuanto al primero, el lenguaje es evidentemente social que integra un individuo a un grupo, de modo que la práctica de apodar se da en los discursos cotidianos orales. Un segundo enfoque, el semántico, propone que el apodo es una creación lingüística con una fuerte carga semántica, que busca relacionar este nuevo nombre asignado con las características físicas o psicológicas de un individuo.

En este sentido, el apodo es un “acto de habla motivado” porque está impregnado de sarcasmo, ironía y humor, lo que define la carga semántica que lleva el apodo. Así, podemos encontrar motes como: Tololo, Guasa, Ticuco, Viudo alegre, Colacho, Camándula, Calingo, y otros más insultantes como Lomo de plátano, Pico de liendre, Patastón, Cacaseca, Ojo de jurel, Patecloch o Burro parado, entre un sinfín.

El apodo también posee un carácter connotativo en tanto que expresa valores subjetivos atribuidos al signo debido a su forma y a su función. El apodo significa y connota, contrario al nombre propio que identifica y denota. Por ejemplo, cuando decimos “Juan”, identificamos a un individuo como tal. Mientras que si decimos Juan Culicha no nos referimos a la lombriz como animal, sino al aspecto alargado y delgado de la misma. Entonces el apodo de este varón significa hombre delgado y débil.

Un tercer aspecto de la perspectiva semántica son los valores estilísticos y sociales. En el primer orden, el estado anímico puede determinar el uso de un nombre o de un apodo. Por ejemplo, cuando una madre estaba de buen humor llamaba a sus hijos: Mama o Papa, empero cuando estaba molesta les decía sus respectivos nombres. Asimismo, cuando un estudiante obtuvo una buena calificación llama Lic. Pérez a su profesor. En cambio en el siguiente parcial se aplaza, entonces lo llama Viejo juep… En el segundo orden intervienen los círculos particulares, cerrados, más íntimos, es decir, una persona llama a otra por un sobrenombre que no trasciende su relación personal.

El cuarto y último aspecto son las metáforas y metonimias que usamos al momento de crear apodos, lo que demuestra la capacidad creadora y altamente imaginativa que como humanos poseemos. Observemos el apodo lorito. Se compara una persona con un animal. La persona es el animal, en el entendido que el ave tiene la capacidad de repetir la voz humana y otros sonidos. Se refiere entonces a un niño que está aprendiendo a hablar, por lo que repite todo lo que le digan.

En cuanto al tercer enfoque, esto es, los recursos morfológicos en el acto de apodar, existen diversos aspectos que afectan la renovación del vocabulario de la lengua, como ser la revitalización, la creación onomatopéyica, la incorporación de voces ajenas y formación de palabras nuevas. Abordaremos las últimas dos.

La incorporación de voces ajenas tiene que ver con los préstamos lingüísticos. Caben en este orden apodos capitalinos como: El Johnson, Porky, El Whirpool, Sky, Robocop y Shakira. Un ejemplo sumamente interesante son los apodos que se le dan a la cerveza grande hondureña denominada caguama. Por ejemplo, kawasaki y caguamonster. Respecto a la formación de palabras nuevas, la lengua dispone de dos medios de construcción de unidades léxicas: la composición y la derivación. Dentro de la primera está la yuxtaposición, que es el recurso más rico en ejemplos. Esto dependerá de la categoría gramatical de los componentes, por lo que los elementos participantes son de diferente índole. Antes de ver el grueso de estos apodos, recomendamos revisar aquí el hilo de Twitter que sirvió de base de datos para esta investigación. Además, compartimos algunos apodos usados en las últimas décadas del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX.

Sustantivo + Sustantivo: Titimoco, Diputada curil y Comandante bigotes.

Sustantivo + Adjetivo: Viudo alegre, Cacaseca, Perrañata, Sobaco juco, Pescado seco, Hormiga loca, Niño sano, Carne asada, Pelo feo, Loro tierno, Caballo floreado, Tripa seca, Barbajuca, Mona ronca, Bagre liso, Carasucia, Macho prieto, Flor caída, Cabro chele, Burra panda Patajuca, Cabro negro, Cipote malcriado, Rata peinada, Caja fuerte, entre otros.

Verbo + Sustantivo: Comehierro, Comeniños, Dame un cinco, Chilla la rana y Cagaduro.

Adjetivo + Sustantivo: Media libra, Sieteculos, Mil pajas, Extraseco, Tres leches y Mil liendres.

Sustantivo + Preposición + Sustantivo: Lomo de plátano, Lomo de cabra, Pico de oro, Orejas de pocillo, Vaso de leche, Culo de avispa, Sopa de gallo, Pico de liendre, Útero de gallina, Cara de jolote, Chorro de humo, Nalgas de sandía, Perro de agua, Patas de cayuco, Pinga de mono, Chirica con chile, Genocida del gol, Muñeco de lodo, Cuchara con guacal, Tapas de jaiba, Pescuezo de chicle, Diez de pelleja, Peinado de Biblia, Carecaballo, Carechimba, Carechancho, Caremango, Pancemico, Carenance, Carenalga y Patecloch, etcétera.

El fenómeno del acortamiento también puede llevar a la formación de palabras. De ahí que sea común escuchar motes como: Lic/ por Licenciado, Profe/ por Profesor, Doc/ por Doctor, Inge/ por Ingeniero, La U/ por la Universidad, Roa/ por Roatán, Cholu/ por Choluteca o Tegus/ por Tegucigalpa, etcétera.

También existen apodos diminutivos —como Porcioncita, Churrito, Menorcito y Yoyito— y aumentativos que se utilizan para enfatizar el tamaño; por ejemplo: Patastón, Zacatón, Chanchón, Tirazón, Machetazo, Johlota, Polvorón y Bagrona.

Finalmente, los apodos despectivos que tienen una connotación negativa. En este grupo se encuentran sobrenombres como: Calingo, Cacarico, Chilío, Cutío, Patuleco, Pijalío, Calavérico, Chelío, etcétera.

En suma, la mayoría de apodos que encontramos se ubican en el grupo de Apodos Corporales, es decir, provienen de estereotipos culturales, atributos físicos y defectos físicos. En cuanto al primer término, sabemos la gran influencia que ha tenido el discurso racial discriminatorio, por lo que sus habitantes se han visto influenciados por éste, de modo que ya lo han interiorizado y juegan a diario con muchísimos apodos de este tipo. Son ejemplos de ellos: Erizo, Cejas, Mono, Cara de jolote quemado, Tucán, Orejas de burro, Pinga de mono, Cholo, Pelo feo, Licha, Chorro de humo, Pelo de culo, Tachuela, Átomo, Bayunco, Molécula, Pan de mínimo, La parda, Planta baja, además de los ya mencionados. Algunos apodos por atributos físicos son: El muñeco, Panuda, Shakira y Nalgas de sandía. En los apodos por defectos físicos tenemos: Orejas de pocillo, Pija muerta, El conde (sin dientes), Cejas, Medio polvo, Mona ronca, Pija de agua, Choco, Gripe, Mudo, Pando, Burra panda, Keki (qué quijada), etcétera.

Tomado del libro Recuerdos de mi Vieja Tegucigalpa, de Lupe Ferrari de Hartling, 1953.

Conclusión

Considerando todo lo anterior, podemos concluir que los apodos son una realización lingüística propia de los seres humanos dentro de su capacidad de nombrar realidades, y Tegucigalpa y Comayagüela no son la excepción debido a su carácter multicultural que ha influido mucho en ello.  El acto de emitir apodos está cargado de valores afectivos, desiderativos, estéticos y morales atribuidos por el hablante. De modo que la emisión de apodos dependerá del contexto social en que sea emitido.

Respecto a la concepción semántica, es claro que el apodo es un acto del habla motivado, que incluso tiene más motivación que el nombre propio. Es evidente que al emitir apodos usamos recursos variados como la metáfora y la metonimia y cambios de significados que evidencian la potencia creadora que los humanos poseemos. Y dentro de esa práctica se hace uso de recursos morfológicos como la incorporación de voces ajenas, cuando se incluyen voces de otras lenguas.

Finalmente, podemos decir que si bien el acto de apodar es un discurso breve, implica demostrar la visión del mundo del hablante, ya que debe tener un conocimiento previo de la persona apodada, como el entorno sociocultural en el que se desenvuelve.


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