Por Edgardo Molina, Licenciado en Literatura por la UNAH


Los peces en su sabiduría ancestral enseñan que:

los ríos son hilos, y el mar el manto para combatir la fría vacuidad del mundo exterior.

Fuera de su cardumen los peces son pescadores, dentro del cardumen somos pescados.

El río tiene forma de leche, sangre, lluvia y savia, es el principio y fin de todas las cosas sobre y bajo la tierra e incluso es un desierto, es como un camino irreversible.

Las burbujas son las lluvia al interior del río, la lluvia exterior es el espíritu del río migrando a otras formas.

El tiempo es un círculo superficial. El pez, de charco en charco, encuentra la corriente.

Podemos nadar o ahogarnos en el río del tiempo, o en una gota de rocío. Todo depende de sus agallas.

Para el pez el cause del río es su destino, no hay camino, tampoco mar, solo ver la luna en el cielo constelado.

El río abre puertas a otras formas, como, por ejemplo, la que creó en el suelo para Narciso, que quería volver a la corriente.

El primer animal salido del río murió de hambre sin buscar su presa, el segundo esperó frente a la corriente, y la presa, con sigiló y por la retaguardia, se comió al segundo.

El pez que envenena las aguas con su maldad, entrará en el laberinto de Aqueronte, que como una serpiente lo devorará en su prisión.

La corriente, como arena movediza, también te puede atrapar. El pez debe sumergirse en su pensamiento.

El anzuelo es una soga al cuello, los peces se deben a la corriente, no a la muerte.

El pez no posee muchos recuerdos, la corriente se los lleva como a las hojas de los árboles, por eso vivimos el ahora.

Las escamas del pez son como las plumas de las aves, ambos volamos hacia la misma dirección.

La luna es la madre de todos los peces, es por eso que baja cada noche a abrazarnos con su luz.


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