Aviso Importante: Lectura bajo su propio riesgo. Esta crítica puede contener observaciones no aptas para quienes prefieren un elogio o tienen alergia a la crítica constructiva.
Anoche asistí a la obra Flor de Montaña: Mitología del Pueblo Tolupán en el Teatro Nacional Manuel Bonilla, una producción que buscaba acercarnos al pueblo Tolupán, establecido tanto en Yoro como en el norte de Francisco Morazán. La expectativa era alta, ya que el tema tenía un gran potencial. Sin embargo, el evento comenzó con un retraso que, aunque común en algunas producciones artísticas, afectó la energía inicial de la audiencia. Esto, sumado a una puesta en escena que no siempre logró transmitir la solemnidad de su temática, me dejó con sentimientos encontrados.
La introducción y el desarrollo de la obra son lentos, lo que debilita el impacto de la narrativa. En su intento de dramatizar los mitos de la creación de los seres humanos, el origen del maíz y el fuego sagrado, según la cosmovisión Tol, la obra recurre a una mezcla inapropiada de humor. Aquí se diluye la seriedad del tema, utilizando el humor de forma poco medida. En una puesta en escena que trata temas tan serios y esenciales como la visibilización de la nación tolupana, la comedia parece fuera de lugar. Aunque el humor puede ser un recurso eficaz para aliviar tensiones, en este caso no logra el efecto esperado.
A esto se suma el uso de muñecos en lugar de títeres, lo cual, en mi opinión, es un desacierto. Este equipo actoral tiene una destreza notable en el manejo de títeres, los cuales podrían haber logrado una representación más precisa y evocadora. El uso de títeres intensificaría la mística de la creación desde una visión Tol. Aunque esta elección artística podría haber tenido la intención de conectar con la audiencia de una forma más ligera, en realidad limita la seriedad que demanda el tema.
Las obras del director Mario Jaén se caracterizan por un teatro físico y un lenguaje cercano (coloquial), lo cual refuerza la autenticidad cultural de la obra. La escenografía y el vestuario suelen ser impecables y complementan bien la experiencia teatral. Jaén tiene una habilidad única para convertir objetos comunes, como un bote viejo, en elementos significativos dentro de su puesta en escena. Además, integra y fusiona múltiples disciplinas artísticas: teatro, danza, música, artes plásticas, literatura e incluso nuevas tecnologías, creando lo que el alemán Erwin Piscator llamaría teatro total.
No obstante, la estética particular de Jaén, que suele ser efectiva en otro tipo de obras, aquí despersonaliza el mensaje y lo acerca demasiado a una comedia convencional. Aunque el elenco mostró técnica y precisión, la temática se diluye en el proceso y el mensaje pierde fuerza.
La sátira sobre el empresario ladino es uno de los pocos momentos en los que la puesta en escena logra captar parcialmente la problemática social de manera efectiva, reflejando la intervención de intereses externos sobre tierras ancestrales tolupanas. Esta crítica, aunque en clave humorística, expone la devastación y el conflicto que sufren los pueblos indígenas, aportando un necesario tono de denuncia social.
Flor de Montaña es un intento válido de visibilizar la cosmovisión tolupana, pero el uso del humor y otros recursos diluye la seriedad de la temática. La intención de rescatar la cultura tolupana se ve empañada por una interpretación que no logra transmitir la profundidad de los temas tratados. La obra podría haber sido más efectiva si hubiera usado el humor con más cautela y mantenido un tono más solemne, comprometido con la denuncia social que necesita ser escuchada.
Al final de la obra, se brindó la palabra a un grupo de tolupanes, quienes ofrecieron un testimonio desgarrador sobre la persecución y el despojo que sufren en sus tierras ancestrales. Este fue el momento verdaderamente conmovedor de la noche. Las palabras de los tolupanes, al denunciar su vulnerabilidad y abandono, superaron cualquier ficción. Explicaron que al salir a trabajar no saben si podrán regresar. Señalaron la falta de títulos de tierra, la deforestación y la indiferencia gubernamental, increpando al gobierno para que los vea con los dos ojos y no los abandone. Este testimonio, tan contundente como urgente, fue un momento inesperado para el gobierno, principal patrocinador de la obra. Probablemente no anticipó que el mensaje de denuncia sobre la situación tolupana surgiría en este escenario tan público.
Todo este contraste entre la obra y la cruda realidad fue dolorosamente claro. La denuncia fue auténtica y dejó en evidencia las limitaciones de la puesta en escena en reflejar la verdadera profundidad de su problemática.
Lamentablemente, esa denuncia careció de visibilidad mediática, lo que hace aún más urgente la necesidad de más espacios donde el teatro no solo sirva de entretenimiento, sino también de plataforma para los mensajes urgentes y sin voz de comunidades como la tolupana.
Salí de la obra con una severa inconformidad respecto a la puesta en escena. El teatro tiene la capacidad de incomodar, de confrontar al espectador con verdades incómodas que lo lleven a una reflexión profunda. En este caso, esa sacudida emocional no se logra, y lo que prevalece es una frustración. Tal vez esto se deba en parte a mis propias expectativas, pero también a una ejecución que no alcanzó la profundidad que el tema amerita.
En conclusión, desde la perspectiva de Augusto Boal y su teatro del oprimido, la obra debería visibilizar y empoderar al pueblo tolupán, acercando al espectador a su realidad. Sin embargo, el uso del humor y otros recursos reducen la seriedad y dificultan una conexión genuina. Por su parte, Bertolt Brecht buscaría un distanciamiento que invitara a la reflexión crítica, pero en Flor de Montaña, el tono cómico parece desviar la atención de la injusticia real, trivializando la problemática en lugar de profundizar en ella.
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Oscar Deigonet Lopez
Excelente análisis.
Manifestar lo que se siente de situaciones como esta, no es fácil. Así que mis respetos Yonny.