En muchos sentidos, la literatura es un vehículo, una máquina del tiempo, una fotografía de la realidades pasadas, presentes o futuras. En sí misma, es capaz de construir mundos e imaginarios que bien podrían reducir a páginas miles de posibilidades que existen o existieron para un fenómeno social determinado. De manera que podemos pensar en la literatura como una forma historiográfica-artística para conocer y suponer/paralelizar los estadios en los que se desarrolla una sociedad.

Debemos pensar que la literatura es una forma de realidad en la que conocemos mentalidades e ideologías que eventualmente llevaron al momento político, económico o social actual.

Indistintamente de tintes políticos, religiosos o sociales, directa o indirectamente todos los escritores hondureños nos hemos referido a los pobres. No por casualidad, movimiento artístico o esnobismo. Se escribe sobre los pobres porque son una constante en nuestro tejido social y universal.

Los pobres son muchos

y por eso

es imposible olvidarlos.

 

Seguramente

ven

en los amaneceres

múltiples edificios

donde ellos

quisieran habitar con sus hijos.

Roberto Sosa, 1969.

La materialización poética de la realidad rompe la delgada línea divisoria entre lo real concebido para ser arte o viceversa. Es un puente que se abre a la intención denunciante, contestataria y real de la poesía.

El hambre no tiene ley sino hambre.

José Adán Castelar.

Conociendo las dificultades de una sociedad desigual, la lucha es una condición sine qua non para liberar al sujeto colectivo de la injusticia.

En nuestro tiempo difícil, donde hay que dar

la cara a la verdad del pueblo,

cualquier día puede ser el último.

José Adán Castelar, 1979.

Los versos exponen una realidad violenta y polarizada en la que el autor expresa la valentía del pueblo y su compromiso en que la vida únicamente tendrá sentido si se tiene un objetivo claro y contundente que busque el bien común.

Bajo la fiel telegrafía canina

esta gente realiza su intercambio de relaciones sexuales

toma su leche y concilia el sueño

satisfecha de que sus calles estén perfectamente delineadas

en tanto aquí tú piensas a secas en problemas sociales

en tus dioses enanos

en la fotografía infiel de tu moneda

y te solazas imaginando que los hechos no han llegado a las

/heces todavía.

Cinco, Alexis Ramírez.

El poeta hace una comparación social-económica. Vemos el concepto de un ciudadano modelo, común y corriente. Despreocupado por lo que pasa a su alrededor, accionando sin pensar, sin ningún tipo de distinción por la «otredad». En cambio, hay otro sujeto que vive con dioses enanos, aludiendo a un micropoder, a una realidad compuesta por ideas, sueños y descensos a cavilaciones que traen consigo un incierto porvenir lleno de preocupaciones.

En materia narrativa, de igual forma, los grandes narradores hondureños aluden a los pobres en sus historias. Tal es el caso de Roberto Castillo en el cuento «La laguna». En este, los personajes principales son niños que viven en un pueblo paupérrimo y se ven obligados a comer «tinguros» o renacuajos que pescan de la laguna. Asimismo, podemos recordar a «El corneta» o «Tivo», un joven que vive en la miseria, la discriminación, la falta de oportunidades de empleo, la dictadura y la violencia institucionalizada.

Por otro lado, el novelista Ramón Amaya Amador trabaja la figura del pobre con un matiz más revolucionario o despierto. Por ejemplo, Jacinta Peralta, una mujer que vive prisionera de su rol de género, del trabajo esclavizante (prostitución) y mal remunerado. Por si fuera poco, debe luchar con un amor mal correspondido y dividido por las clases sociales. Finalmente, decide cambiar el rumbo de su vida, poco a poco se une a los movimientos sociales, y se vuelve una líder sindical, conquista el amor y libera su vida.

Nótese que existen características muy claras en los personajes pobres, o en las representaciones de estos. Por lo general, son morales, de buen corazón, fuertes de espíritus y sin malas intenciones. Finalmente, felices de formas menos materialistas.

La alusión a los pobres o a la pobreza, tarde o temprano, se verá en la literatura hondureña. Por ejemplo, las novelas de Argentina Díaz Lozano. Superficialmente tratan de amor, pero en el fondo dejan entrever la realidad histórica. En «Mayapán» es una indígena quien se enamora de un soldado español.

El mismo Inocente Paz «Bajo el chubasco», un personaje que vive constantemente en la pobreza y en la lucha con las compañías bananeras y caudillos.

Las relaciones de poder, la lucha de clases y la injusticia son constantes en la poesía y narrativa hondureña. En consecuencia, tarde o temprano, sin importar la clase social, la denominación, religiosa o la postura política del autor, tendrá o tuvo que enfrentarse a evidenciar directa o indirectamente la realidad de los pobres o la pobreza. Fenómeno que bien podríamos vincular a la figura del cristianismo, a la pobreza de Jesús. Que eventualmente se ve como el redentor de los pobres.

En un país como Honduras, históricamente saqueado por políticos, dictaduras militares, e invasores, es casi inconcebible visualizar el arte por el arte, sin ligazón social, sin la amargura, el hastío y la oscuridad que caracteriza las mentalidades de los hondureños. El poco entretenimiento que podemos disfrutar está contrastado por la sangre que a diario se derrama en las calles, la migración, la falta de oportunidades, la corrupción y la dictadura que cada día nos divide y nos destruye más como sociedad.

Ante esta desilusión, me pregunto: ¿Valdrá la pena crear arte «bucólica» bajo el desconocimiento de una realidad histórica, económica y social? ¿Valdrá la pena el subterfugio del por qué hablar de las cosas malas? ¿O valdrá la pena, vivir sintiéndose privilegiado, dormir y despertar sin pensar en el otro? Cedo la palabra a los expertos.

Envíalo