El tradicional Desfile de Carrozas del Gran Carnaval Internacional de la Amistad, en La Ceiba, Atlántida, fue blanco de críticas de un sector de la sociedad hondureña. La carroza llamada Asriel en particular fue la que generó opiniones encontradas. Los radicales comentarios apocalípticos, generalmente de ciudadanos que profesan alguna religión, señalaban como pagana una manifestación de la cultura popular que se desarrolla desde hace 50 años en esta exquisita ciudad caribeña. ¿A qué responde esta represión al comportamiento? ¿Fue el desfile un éxito? ¿Seguimos viviendo en una sociedad santurrona y culturalmente conservadora?
La organización de las sociedades humanas ha requerido siempre de principios que establecen una serie de limitaciones al accionar y la voluntad, es decir, un grado de represión al comportamiento y al universo mental, fuente del drama humano en grados y condiciones diversos. En respuesta a ello, la cultura ha encontrado formas de compensar tal condición, cuyo propósito es mantener y reforzar los lazos sociales.
Hay evidencia que desde el siglo VI a. C., griegos, romanos, teutones y celtas paseaban un barco con ruedas (carrus navalis, posible origen de la palabra “carnaval”) sobre el que se realizaban danzas obscenas y satíricas. Varias fiestas también se celebraban en invierno, tiempo de escasez previo al retorno de la vida que marca el inicio de la primavera; cambio estacional que en aquellas latitudes es sumamente marcado, sobre todo al compararlo con el que se vive en esta parte del mundo.
Baroja (1979: 153) escribe que las fiestas celebradas en este periodo estacional —Saturnalia, Bacchanalia, Lupercalia, Matronalia—, con su carácter de relajamiento moral y de inversión del mundo, tenían en común ser rituales de fertilidad, según el tipo de fiesta, de los cultivos, del ganado y del género humano.
En la religión romana, Fauno Lupercus era un dios del campo y promotor de la fertilidad. La fiesta de las Lupercales fue institucionalizada en Roma por Publius Hostillius dedicándola al primer santuario en honor a Saturno y cuya liturgia se estableció en el año 217 a. C. El carnaval se celebraba durante un solo día: el 17 de diciembre. Augusto amplió a tres días dichas fiestas. Calígula a cuatro y finalmente Domiciano las decretó para una semana. Se realizaban fiestas, intercambios de regalos, ferias callejeras, había indultos y amnistías judiciales, se acordaban treguas militares y muchas más actividades.
Estas fiestas de carnaval, sin embargo, nunca han estado exentas de prohibiciones y de ser sancionadas. En el 186 a. C., el Senado romano había prohibido las bacanales y en el 492 d. C., el Papa Gelasio criticó su ineficacia como elemento protector y de fertilidad; además, las señaló como un culto pagano contrario al cristianismo. Luego de su condena oficial, las Lupercales fueron sustituidas por la fiesta de la Purificación de la Virgen María y la bendición y procesión con candelas. A pesar de todos los esfuerzos no se logró hacer desaparecer dicha fiesta. Una síntesis de este fenómeno es el carnaval, una de las manifestaciones más difundidas e importantes. Trascendió sus orígenes precristianos y quedó inscrito en el calendario católico, al que debe, paradójicamente, su gran difusión y popularidad.
Como dice Bajtín (1987: 11), las festividades (cualquiera que sea su tipo) son una forma primordial determinante de la civilización humana. No hace falta considerarlas ni explicarlas como un producto de las condiciones y objetivos prácticos del trabajo colectivo, o interpretación más vulgar aún, de la necesidad biológica (fisiológica) de descanso periódico. Las festividades, prosigue, siempre han tenido un contenido esencial, un sentido profundo, han expresado siempre una concepción del mundo.
El carnaval es una manera de transgredir las convenciones sociales, es un tiempo de inversión del orden moral, con una crítica social explícita, expresada con un espíritu festivo. El comportamiento, pues, se degenera un poco, lo local sincretiza con lo foráneo dando lugar a nuevas expresiones de cultura popular. La cosmovisión del hondureño se concreta en representaciones físicas como carrozas, íconos, chimeneas y monigotes gigantes, guancascos y mojigangas, etcétera.
El carnaval ceibeño es una pertinente forma de catarsis, más justa aun en el contexto de una pandemia donde el mundo ha tenido que estar aislado y reprimido. Como se puede apreciar, siempre ha existido una dualidad entre lo moral y lo descarriado, entre lo profano y lo sagrado, que, sin embargo, y en definitiva, se han ido complementando a lo largo del tiempo como las dos caras de una misma moneda, como un Ying Yang, como un claroscuro necesario e irreductible. Nuestra sociedad debe evolucionar, salir de la negación cultural y del fundamentalismo religioso, fortalecer otros conceptos, saber que lo que parece novedoso y ofensivo, en realidad sólo es opuesto e indiscreto, pero después de todo, un goce y necesario alivio.
Es muy común que se realicen críticas en el ámbito cultural. Las películas, los libros, las obras de teatro y el arte son objetos de crítica. Las carrozas ceibeñas como hecho cultural no están exentas de ser criticadas. Sin embargo, cuando se critica algo, principalmente para mal, sin fundamentos o conocimiento alguno, la crítica suele ser desvalorizada. Para que una crítica se considere valiosa o importante se requiere que sea el resultado de una reflexión racional y coherente. Involucrar opiniones o sentimientos personales en la valoración que se hace de algo, sobre todo en el ámbito cultural que está lleno de matices, influye en que la crítica no sea del todo clara o correcta.
En definitiva, a lo largo del tiempo ha habido fanáticos religiosos que anteponen la verdad absoluta a la cultura popular. Por fortuna, a esta actitud deplorable se opone categóricamente la creatividad humana como elemento de expresividad y cohesión social. La gran asistencia al evento de un gentío jubiloso es evidencia suficiente del éxito de esta esforzada y nítida demostración artística del pueblo ceibeño. Por el momento es difícil saber cuándo caerá el velo de los ojos de un sector de nuestra sociedad que critica para destruir en lugar de contribuir.
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