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A mediados del siglo XIX, Tegucigalpa esperaba con ansias las peleas de gallos, que empezaban el 25 de diciembre. Las apuestas eran de hasta mil pesos, y asistían «todas las clases sociales, desde el sacerdote hasta el más humilde mestizo».

Las peleas de gallos fue una de las primeras costumbres que trajeron los españoles a Honduras y desde entonces pasó a formar parte de las pocas «diversiones» públicas que tuvo el país en la época colonial. Tenía que ver directamente con el monopolio comercial que España impuso a sus colonias en América, para recuperar el control de sus posesiones coloniales, mediante la intervención directa en sus economías.

En Honduras, los monopolios del tabaco y el aguardiente de caña fueron especialmente importantes. Y, por supuesto, la apertura de «canchas de gallos» durante ciertas festividades religiosas también fue un privilegio –más que un derecho— otorgado por el estado al mejor postor. La posesión de gallos de pelea no pasó desapercibida para el gobierno colonial, pues al igual que otras actividades como cruzar ríos con lanchas y vender guarapo, implicaba pagar una renta al Rey.

Como se menciona al inicio, los «juegos de gallos» iniciaban el 25 de diciembre y comúnmente se prolongaban hasta finales de marzo. Esta distracción suscitaba una acalorada algarabía en la gente de todos los estratos sociales de la época que, como se ha dicho, tenía poco en qué divertirse.

La costumbre se mantuvo como un fuerte legado colonial. William Wells (1857) menciona que: «este pasatiempo es pasión en el pueblo y una fuente de ingresos para el Gobierno». El viajero también asegura que:

este deporte no es considerado ofensivo a la dignidad de los más altos funcionarios oficiales, y hasta a los curas en sotana se les puede ver apostando un puñado de pesos a una de las dos aves combatientes, o disputando vigorosamente con los más bulliciosos del grupo sobre los méritos de varios ejemplares en la cancha.

Si bien los asuntos religiosos estaban en primer orden, luego seguían las peleas de gallos que se convertían en el verdadero centro de distracción. Es probable que estas actividades se llevaran a cabo de manera clandestina en cualquier momento y lugar del año en violación de la ley. Así que la Municipalidad de Tegucigalpa, en el acta del 10 de febrero de 1843, acordó que «no se permita dicho juego sino en los días festivos y en los jueves».

Pelea de gallos en Santa Bárbara, c. febrero de 2011. Foto de Alexis Zeville ©

Una cancha de gallos y algunas de sus reglas, Wells la describe así:

  • … llenadas las formalidades requeridas, la cancha se abre al público y un soldado descalzo hace de portero, cobrando dos reales de cobre por cabeza; los menores de edad no son admitidos, y el propietario de la gallera que admita a una persona de esta categoría se expone al pago de multa.

Continúa diciendo que: «las reglas del juego se fijan en la puerta de la entrada y se designa un juez a «viva voce» para que decida en todas las peleas».

Este espacio de ocio puramente masculino no cambió hacia finales del siglo XIX. Por el contrario, esta actividad popular continuó extendiéndose a las zonas rurales. En 1890, Cecil Charles describió las actividades recreativas en el campamento minero de San Juancito. Gracias a la evidencia visual de esa época, podemos darnos cuenta de que los extranjeros traían consigo sus propias formas de entretenimiento, como el tenis, que por lo general no contaban con la participación de los locales. Sin embargo, los mineros se propiciaban los espacios de ocio como los espectáculos al aire libre, toreadas y peleas de gallos.

La gallística es un evento violento al que hay que sumar que es un sitio de apuestas que puede provocar enfrentamientos entre los asistentes masculinos. En 1892, Luis Rivera alias «picaculo» fue encarcelado por injuriar al Inspector de Policía Miguel Antonio Girón en la cancha de gallos del pueblo, lo cual deja en evidencia el comportamiento de los varones en sus espacios de ocio. Según un testigo, mientras el inspector y su escolta hacían la ronda, Rivera, ebrio, sacó su revólver profiriendo injurias y el inspector se lo llevó a la cárcel, no sin antes escuchar las calumnias del gallero, quien lo increpó diciendo que:

… era un bandido, un ladrón, que si pensaba cogerse (robarle) su revólver como lo había hecho con otros se equivocaba; que tenía en el pueblo a mil hombres a sus órdenes para echarse sobre las armas que tenía del gobierno y hacerlo correr y que se iba a cagar en él y en todos sus soldados…

Como se puede concluir, estos lugares no han sido adecuados para mujeres y niños. En el siglo XX destaca otro caso en San Esteban, Olancho que parece haber surgido de una pelea de gallos. Según «La pesadilla de un pueblo», la muerte de un amigo de una familia después de una pelea de gallos desató una serie de duelos mortales entre los Nájera y los Turcios. El conflicto traspasó fronteras a tal punto que Juan Pablo II tuvo que pedir que se pusiera fin al odio. Como resultado de la vendetta, al menos 90 personas murieron, hasta el 2 de junio de 1996 cuando ambas familias acordaron la reconciliación.

En particular, las peleas de gallos nunca han sido prohibidas en Honduras. De hecho, en 2015 el Congreso Nacional aprobó la Ley de Protección y Bienestar Animal. En ella se fija como principio fundamental la protección de los animales en posesión o tenencia responsable. Así, en su artículo 11 numeral 1, «prohíbe la utilización de animales en espectáculos de peleas caninas, felinas y así como carreras de patos». Sin embargo, y esto particularmente parece contradictorio, «los espectáculos taurinos y peleas de gallos forman parte del folclore nacional», por lo que «son permitidos, debiendo las municipalidades establecer el cobro para cada espectáculo en su respectivo Plan de Arbitrios». Es posible que tuvieran peso las raíces de una costumbre heredada de la época colonial. O quizás el favorecimiento de políticos corruptos haya sido suficiente argumento para su aprobación. La corrupción es cultural en Honduras. Además, se refleja nuevamente que los hondureños siempre hemos sido violentos.

Un gallero celebra la victoria de su ave en Santa Bárbara, c. febrero de 2011. Foto de Alexis Zeville ©

En definitiva, las peleas de gallos tienen raíces coloniales, cuando los españoles monopolizaron el permiso para abrir una canchas de gallos o palenques. En otras épocas, hubo curas galleros que cuidaban sus propias aves y prestaban los patios de las casas curales para los combates de gallos. Este popular destino de ocio todavía inspira la pasión y afición de muchos hondureños, especialmente en las zonas rurales. Aunque en las Islas de la Bahía, la tradición se ha reavivado recientemente. En Honduras no son prohibidas las peleas de gallos.


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