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Tzikín, que en maya significa «comida para muertos», es una ceremonia que se practica el primero de noviembre en las comunidades maya chortí que residen en el occidente de Honduras. Especialmente en Carrizalón, Choncó y San Antonio Tapesco. La ceremonia se lleva a cabo en lugares públicos, como escuelas o iglesias. Aunque también hay tzikines familiares, por ejemplo, en la mencionada comunidad de Carrizalón, Copán Ruinas.
Allí, son notables los tzikines que don Santiago Guajaca y don Antonio García montan en sus respectivas casas, por bien trabajados, con todo el conocimiento y la tradición ancestrales.
La diferencia entre el tzikín familiar y comunitario es que en el primero una familia particular lo patrocina todo, mientras que en el segundo se involucra a todos los miembros de la comunidad. Cada vecino hace ofrendas de acuerdo con lo que posee y con los intereses que tiene.
En sí, el tzikín es una ceremonia para agradecer las cosechas del año, además, se rinde culto a la vida y a los espíritus de los difuntos. Esto significa que va dedicado a alguien especial, puede ser un pariente muy querido ya muerto, por quien se encienden velas de dedicatoria y se hacen rogatorios.
«Entonces, yo voy y ruego por mi abuela, por decir algo. También ofrecemos un banquete, ofrecemos manjares; el manjar frecuentemente se ofrece de acuerdo con la comida que le gustaba a mi ancestro, a mi antepasado… Se llevan tamales, ticucos, queso, cuajada, frijoles, tortillas, todo, justo lo que a esa persona a quien estoy dedicando, al espíritu de esa persona a quien estoy dedicando este tzikín, le gustaba», cuenta un habitante de Carrizalón.
Para el acto solemne se prepara un altar, cosa que puede hacerse desde un día anterior. Por lo general, ya hay flores y hojas específicas para armar el lugar de la ceremonia. La decoración de la parte exterior se efectúa con hojas de comte, que tienen forma de cruz, mientras que en la parte interior se usan flores atractivas, entre las que destaca la flor de muerto.
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Para realizar la ceremonia del tzikín, se busca una persona que pueda rezar y que entienda el trabajo del chucurero o chamán. Este realiza dos rosarios; uno a las siete de la noche y otro a medianoche. Luego, se realiza el ofrecimiento de los manjares, para lo que se da un tiempo prudencial.
«En las oraciones se mencionan, es un protocolo donde se dan gracias, pero tambien se clama para que los antepasados puedan venir este día a compartir con nosotros. Mientras se colocan los frutos o bocadillos, el anciano los invoca silenciosamente», explica Pedro Ramos Hernández, residente de la aldea La Pintada, en Copán Ruinas.
Después, en el entendido de «lo que no se comieron los espíritus», los presentes proceden a repartirlo y comer. Cuando es una familia la que ofrece, además de los manjares del altar, se preparan ollas de tamales, atol chuco y tortillas frescas.
Existe toda una tradición para la elaboración de los alimentos, porque se tiene la creencia de que «todas las comidas tienen espíritus», así que se intenta cohesionar el espíritu de la comida con el espíritu del ancestro al que se dedica el Tzikín.
Como dicta la costumbre, los rezadores se guardan de cuatro a doce días antes del tzikín, incluyendo abstinencia sexual y no comer carne; sólo tortilla, frijoles y agua. Esto con el fin de estar en armonía con la madre naturaleza, con los espíritus de los antepasados y con los espíritus de los alimentos.
Es por ello que no es cualquiera ni a cualquier hora que se reparte la comida. Esta es exclusiva del manjar, nadie la toca; ni los anfitriones ni los recién llegados. Puede estar desde las cuatro de la tarde hasta las doce de la noche y no se prueba absolutamente nada, hasta que el guía espiritual ordena que se reparta.
Versiones hondureñas del “truco o trato”
En el área urbana de Honduras se han practicado versiones del famoso “truco o trato” desde la época colonial. Según Fernando Cevallos (1930, pp. 11-13), en Comayagua se realizaba la “Procesión de los angelones”. Narra el autor que de siete a diez de la noche se realizaba una procesión precedida por un sacristán que, con una campana y una palangana de plata, pedía limosna para las santas almas del purgatorio.
Unos muchachos vestidos de «angelones» pedían limosna de casa en casa mientras entonaban un canto quejumbroso:
Ángeles somos,
que del cielo venimos,
a pedir pan para el sacristán.
Cevallos describe que el dueño de la casa tímidamente extendía su mano para dar limosna y luego los angelones cantaban:
Estas puertas son de cedro
y las almas en el cielo.
La procesión de angelones continuaba por las calles de la ciudad rezando el santo rosario y el Misere Mei Deus hasta llegar a otra casa. Si no abrían las puertas o recibían un ripostón, entonces los angelones, enojados y a gran voz, entonaban esta canción:
Estas puertas son de hierro
y las almas en el infierno.
Leticia de Oyuela (1995, pp. 247-248) también consigna procesiones de angelones en la Villa de Tegucigalpa durante La Colonia. Dice que en los primeros años del siglo XIX, los barrios mulatos de Los Dolores o Barrio Abajo generaron la famosa costumbre de los angelones. La fiesta popular se efectuaba el Día de los Difuntos y consistía en grupos de muchachos mulatos y pardos, cubiertos con máscaras, que salían de sus casas para ir a las mansiones de blancos y criollos tocando la puerta estentóreamente, portando huesos y calaveras y haciéndose alumbrar por velas o teas de ocote, pidiendo algo para las ánimas.
Actualmente, Ocotepeque es el único departamento donde se celebra el “Día de Casiano”. Para la actividad, los jóvenes elaboran un muñeco que luego cargan sobre sus hombros y van de casa en casa pidiendo el famoso «ayote pa’casiano» mientras entonan:
Ángeles somos,
del cielo venimos,
ayote pedimos
para nuestro camino.
Copán Ruinas cuenta con su propia versión al que también llaman tzikín. Es una actividad muy especial compartida por niños, jóvenes y adultos, quienes preparan dulces para ofrecer, principalmente, ayote y ciruelas en miel, pedacitos de caña, frutas y chepes (ticucos).
Niños y jóvenes recorren los barrios cantando a coro unos versos:
Ángeles somos,
del cielo venimos,
tzikín pedimos.
Cuando la gente no les da nada, entonces cantan:
Ollas de barro,
ollas de zinc,
viejas ingratas
que no nos dan tzikín.
Por lo general, los niños salen a pedir entre las seis de la tarde y las diez de la noche. Algunos usan máscaras y otros se disfrazan completamente.
Como se puede notar, esta es una actividad que se generó dentro de la iglesia y todas estas comunidades a lo largo del tiempo han adaptado los cánticos. Varios alcaldes de Ocotepeque hoy continúan impulsando esta fiesta popular, cuya realización también se da en zonas fronterizas de El Salvador con Honduras, como Citalá, Chalatenango. De igual forma, en Copán Ruinas el tzikín se realiza públicamente año tras año.
Este artículo originalmente se publicó en Twitter, TuNota y El Heraldo, en 2020.
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