Para cazar un colibrí, lo espantan hacia la penumbra, nunca ensuciará su luz: son como los armiños.


Frente a las partículas de luz, Prometeo escucha pequeños aleteos.


Dentro de un pájaro quizá quepa un pez para compartir con todos una botella con mil mensajes, e incluso el naufragio.


Extraño trabajo enumerar aves, duro trabajo para una niña que piensa que son olas y espuma las nubes.


Los pájaros son lo que ancla es la mar: un cielo contenido.


El horizonte es un pequeño pájaro que vuela lejos de la mirada, pero se acerca suavemente al cerrojo de sus alas: nuestro andar.


Hay pájaros que vuelan en pentagramas al alba, pero desaparecen. El niño que los sueña despierta, y en la oquedad de una banca se encuentra totalmente solo, entonces vuelve a cerrar los ojos.


En cada pájaro hay una estrella fugaz abriéndose a la luz. En cada estrella fugaz hay un pájaro cerrándose a la luz.


Los pájaros enseñaron a cantar a los peces y Ulises los maldijo después de perder a su tripulación y verse obligado a amarrarse al mástil. 


Noé envió al cuervo en busca de tierra, pero el pájaro volvió con un ojo en el pico.


 EDGARDO MOLINA. Nació en Tegucigalpa, Honduras. Es licenciado en Letras con orientación a Literatura por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH). Miembro de los colectivos artísticos Xoxonal y Apolión. Participó en el Congreso de Literatura y Lingüística de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN) en 2015 realizado en Granada. Es facilitador de talleres literarios. Publica con regularidad en la sección cultural de diario La Tribuna. Desarrolló el taller La estirpe de Molina en la UNAH. Ha escrito los libros La mitad de mi cerebro (2017), Formas efímeras (2018) y Lluvia de peces (2019). Además, es escritor recurrente en la revista cultural Bucentauro.


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