Ojojona posee en su interior variados refugios naturales con méritos de sobra para convertirse en estupendos destinos turísticos. Son zonas aptas para los interesados en la aventura, el senderismo, el montañismo y la fotografía. Incluso, en el camping. Uno de ellos son los abrigos rocosos de Pueblo Viejo, otra es la cascada de Jiniguare. Ambos sitios se encuentran en la aldea de Aragua, al norte del municipio.

Una leyenda ampliamente difundida dice que el volcán de Hula hizo erupción hace miles de años. Esto provocó que los moradores se desplazaran y fundaran Pueblo Viejo. Se considera entonces que éste fue el primer asentamiento de lo que hoy se conoce como Ojojona.

Esta historia es conmovedora como apasionante, lo cual despierta de manera inmediata voluntad y entusiasmo por conocer. Ya desde el nombre el lugar reviste misterio. Más, si se agrega la posesión de unos abrigos rocosos y de una cueva natural que la propia acción de los elementos se encargó de socavar.

No es usual hacer visitas al sitio. Primero porque todavía no se fijó como lugar turístico y es desconocido por la mayoría. En segundo lugar, porque los abrigos rocosos de Pueblo Viejo están en propiedad privada. Sin embargo, con el permiso previo, se puede tener acceso.

La cueva de Pueblo Viejo está a seis kilómetros del centro de Ojojona. Se puede llegar hasta ellos por Aragua y el caserío de Jiniguare. Hay otra opción que es cruzar por la zona de los barrios La Nutre y Yucanteca. Los que fuimos recorrimos ambas rutas: entramos por Yucanteca y salimos por Aragua.

Salimos de la Plaza de Ojojona a las seis y cuarto de la mañana. Superamos las primeras comunidades y nos adentramos en el sendero que conduce directamente a la cueva de Pueblo Viejo. En el camino van surgiendo comentarios, chistes y narraciones anecdóticas que de a poco unen al grupo. Cuando hay que subir la primera cuesta empinada nadie dice nada, sólo se somete a la primera prueba.

Después toca bajar una cuesta escabrosa y entrar en caminos estrechos llenos de fango. Son condiciones propias de invierno. El deseo de aventura impulsa a seguir entre el bosque húmedo montano subtropical de Ojojona. Llegamos al claro de una pequeña cumbre. Más que descansar, es detenerse a mirar en la lejanía tres casitas que parecen estar sembradas en la inmensidad verdegrís del olvido. Aparentan estar atadas por los lazos de humo que vomitan las tristes chimeneas.

Metros adelante nos detenemos frente a una piedra enorme, una estatua monolítica; se diría que es una especie de Stonehenge o moáis ojojonense. Entonces, surge entre los expedicionistas el debate sobre sus dimensiones. Cada uno va a presentar sus técnicas de tanteo para deducir la anchura y la estatura del bloque de roca.

Kilométros más tarde quitamos el portón de palos y alambre de púas y ascendemos. Nos tardamos unos veinte minutos en llegar hasta la cumbre donde se encuentran los abrigos rocosos de Pueblo Viejo. Para sorpresa, un gigantesco árbol centenario obstruye la entrada. Buscamos maneras de descender, pero troncos y ramas dificultan el acceso. Tenemos que limitamos a rodear la bocana desde arriba y meditar… Minutos después, rendidos, determinamos bajar a la cascada de Jiniguare.

A ella se llega a través de un lecho de rocas pronunciadas. Hay que saltar de unas a otras hasta llegar al filo del abismo desde donde se precipitan, rugientes, las aguas frías. El viento trae desde el poderoso cañón de agua una fresca y relajante llovizna que salpica la cara. Las piedras calientes procuran el descanso y propician la meditación. Se ve la verdosidad reluciente del lugar capaz de rebalsar los sentidos, se siente el vértigo y el rumor en las alturas. Es momento de ubicarse, de que cada uno haga su propio monólogo interior sobre la majestuosidad del sitio y comulgue consigo mismo.

Son las ocho y media de la mañana. Es hora de hacer fotos, de comentar con entusiasmo renovado cada impresión. También llega la hora de sacar las burritas, desenvolverlas y comer. ¡Por supuesto!, comer con placer intenso.

Saciados ya, hay que regresar al pueblo. No sin antes hacer otras capturas, volver a contar algunas historias y ver por última vez esta maravilla natural. Nos ponemos sobre el camino. Subimos una cuesta imposible, tan empinada que a ratos quisiéramos usar las manos.

Regresar es más difícil puesto que hay que subir cuestas y frecuentar desechos llenos de piedrín y lodo. Pero hay que seguir. Se suda, se transpiran toxinas y se queman calorías. El viaje tiene más satisfacciones y ventajas que desventajas y malos ratos. Es la una de la tarde. Hemos vuelto bien, sanos, con ciertos rayones y cansados, pero salvos.

GALERÍA

Abrigos rocosos de Pueblo Viejo Cueva de Pueblo Viejo Cascada de Jiniguare

En este espacio todavía se puede observar la frondosidad del bosque. Fotos | Noé Varela.

Represa de Jiniguare cascada de Jiniguare abrigos rocosos de Pueblo Viejo

Al fondo se alcanza a ver la entrada de la cueva de Pueblo Viejo.

Abrigos rocosos de Pueblo Viejo cueva represa cascada de Jiniguare

Parte de la flora que se halla en el camino.

Abrigos rocosos de Pueblo Viejo cueva represa cascada de Jiniguare

El grupo.

Abrigos rocosos de Pueblo Viejo cueva represa cascada de Jiniguare

Tertulia.

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